Los alemanes no podemos sino citar a Goethe, quien tenía algo que decir sobre todos y todo. Y en este caso, el viejo Goethe es francamente ineludible, ya que nos dio el libro que se convertiría, apenas se publicó en 1774, en uno de los mayores éxitos literarios sobre el amor: Los sufrimientos del joven Werther. Entre otras muchas cosas, Goethe dice en esta obra:
«¿Qué sería del mundo sin amor? ¿Qué es una linterna mágica sin su luz? No hay más que encender la llama interior para que las figuras más brillantes iluminen la pared blanca. Y si el amor apenas nos muestra sombras fugaces, igual nos hace felices cuando nos quedamos allí, contemplándolas, como niños extasiados por fantasmas maravillosos.»
¿Cómo es posible identificarnos con otra persona al extremo de querer entregarnos a ella, puesto que solo así nos sentimos completos? ¿A qué se debe esa extraña combinación de encontrarnos perdiéndonos? La supuesta racionalidad de la biotecnología, de la psicología e incluso de la biología evolutiva nos brinda respuestas muy limitadas y fragmentarias a esta pregunta. ¿Puede la sociología moderna aportar una aclaración más decisiva? Me gustaría rastrear estas preguntas y presentar diversos enfoques, percepciones, ideas y libros completos sobre el tema.
Mis reflexiones sobre el amor podrían llamarse «Oportunidades y problemas del amor en tiempos de máximas posibilidades»
No quiero ocuparme tanto de la versión «desinteresada» del amor, del ágape. Me interesa mucho más la unión del amor sexual, espiritual, e intelectual o «mental» (geistig-seelische Liebe). Esto se debe, entre otras cosas, a mi propio interés autobiográfico, ya que el anhelo de unión con otras personas ha sido un motor constante en mi vida. Me gustaría rastrear los mecanismos que nos ayudan a entender nuestros sentimientos en torno a nuestra inexplicable fascinación por otra persona, para saber más sobre esa inescrutable amalgama de «razón» y «emoción».
En realidad, una ojeada a la ensayística no revela casi nada significativo ni, sobre todo, de uso práctico. Existe un sinfín de guías ingeniosas sobre el manejo de las relaciones humanas. Un ejemplo paradigmático es El arte de la seducción, de Robert Greene (el autor del bestseller estadounidense Las 48 leyes del poder): el puro bla, bla, bla de siempre. Sin embargo, incluso los escritores que juegan en una liga muy superior, como Michel Foucault (El uso de los placeres), esquivan el tema con elegancia. Me pregunto entonces si la filosofía pura es siquiera sostenible cuando carece de relevancia práctica.
La literatura siempre se ha mantenido cercana a los temas del amor y con vínculos muy íntimos. El amor, en cualquier caso, guarda una estrecha relación con los conceptos sensuales y la experiencia sensual directa, por lo que tiene mucho en común con las artes. Sujeto a ideas, ilusiones y obsesiones en extremos personales, el amor no puede catalogarse y ni siquiera definirse de forma estructurada. Y por supuesto, no existe solo un tipo de amor.
Somos parte de la naturaleza y, por lo tanto, estamos sujetos a leyes químicas y biológicas, como los demás seres vivos. Pero también somos productos socioculturales que por lo tanto no pueden explicarse con análisis de sangre o pruebas hormonales. Es hora de cerrar la brecha entre las llamadas humanidades, como la sociología y la filosofía, y las llamadas ciencias naturales, como la química, la biología, la genética… Y, en algún punto intermedio, la psicología. Hay que dejar de lado los actuales antagonismos y hacer que todas las disciplinas unan fuerzas para alcanzar niveles más altos de comprensión.
A menudo, sin darnos cuenta, nos debatimos entre películas, piezas musicales, novelas e incontables narraciones consumistas que exaltan el amor «romántico» y el supuesto amor «verdadero» que, por un impulso, de vez en cuando nos abruma. ¿Nuestro sentir es genuino o un mero cálculo? ¿Hasta qué punto somos reales y hasta dónde somos falsos? ¿Podemos llegar a saberlo al margen de nosotros mismos? ¡Estas son algunas de las interrogantes que quisiera explorar contigo!

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