«Quiero ser capaz de moverte, desafiarte, tocarte, irritarte y provocarte. Es una tarea política, pero difícil. ¿Cómo trabajo? Con información y emoción, información y cultura, información y espectáculo…» (Alfredo Jaar)
Field, Road, Cloud

Me gustaría ir a media res y hablarte pars pro toto de uno de los ciclos más importantes de Alfredo Jaar, que una vez compré para la Colección Daros Latinamerica:
Field, Road, Cloud son los títulos sucintos de tres lindos paisajes que Alfredo Jaar fotografió en Ruanda en 1994. Campestres e inocuos, podrían ser el producto de la cámara de un turista. Cloud se vuelve hacia la serena e ilimitada libertad del cielo azul y una nube blanca. Contiguo a esta imagen, un pequeño boceto indica su lugar exacto: la fotografía se tomó frente a la iglesia de Ntamara. Hasta aquí, todo bien. Entonces leemos justo bajo el bosquejo de la iglesia: «Bodies ¿500?». El número de cadáveres refiere a la guerra civil en Ruanda en 1994, cuando la mayoría hutu intentó erradicar a la odiada minoría tutsi, en un acto de genocidio sin paralelo en décadas. Un millón de personas fueron asesinadas en tres meses; quinientas de ellas durante un servicio dominical en la iglesia de Ntamara.

El millón de ojos de Gutete Emerita
Una franja de palabras iluminadas nos narra la historia de Gutete Emerita, quien presenció el asesinato a machetazos de su esposo e hijos frente a la iglesia de Ntamara. Logró escapar con su hija y ahora regresa al sitio de la masacre. Se sitúa entre los cuerpos que se pudren bajo el sol y fija su mirada en Alfredo Jaar. El artista ya había hecho la fotografía de la nube sobre la iglesia en medio de esta carnicería monstruosa. Ahora toma otra: los ojos de Gutete Emerita.

En la habitación contigua nos encontramos ante una enorme mesa de luz. En ella reposa un sinfín de diapositivas cenicientas que conforman un macizo montañoso. Nos acercarnos a mirarlas de cerca y descubrimos la misma imagen repetida: los ojos de Gutete Emerita reproducidos un millón de veces. Representan al millón de personas que perdieron la vida en Ruanda en el transcurso de cien días en 1994, sin por ello causar revuelo alguno en el ámbito internacional. Casi podríamos estar en una morgue, mientras levantamos una diapositiva para examinarla a la luz fría, volverla a colocar en la clínica y aséptica mesa de luz, y pasar a la siguiente diapositiva, con la esperanza de que nos diga algo más de lo que nos reveló la anterior. En vano…

La compasión por las personas abusadas y torturadas es un hilo rojo que recorre toda la obra de Jaar. Investiga temas como la explotación, el exilio o los movimientos migratorios, subrayando la absoluta falta de expectativas para los habitantes del mal llamado tercer mundo. La actual magnitud económica, social y política de estos temas da cuenta de la importancia de su enfoque artístico. Sin embargo, el propio Jaar ha sido acusado de nutrir el sistema, explotando a los sujetos de sus fotografías para transformarlos en obras de arte estéticamente consumadas y consumibles que existen para el mercado. Harto quizá de este reproche, cuando empezó a trabajar en su ciclo sobre Ruanda, Jaar evitó la representación. Si queremos hablar de lo indecible, no podemos fotografiarlo a escala 1:1. La transformación estética no solo debe permitirse: es el fundamento para poder lidiar con estos problemas en términos artísticos.
Imágenes que conmueven
Así como ningún monumento al Holocausto ha podido estar a la altura de los verdaderos acontecimientos históricos, Jaar tampoco puede transmitirnos lo sucedido en Ruanda en 1994. Y, sin embargo, sus pensamientos e imágenes logran llevarnos al borde de una colosal angustia mental y física, y del impenetrable abismo de esta catástrofe humana. Jaar no usa a las personas involucradas en estos eventos para que le sirvan de evidencia. Preserva su dignidad. También se aleja de románticas inclinaciones sociales o de agitadas emociones internas. Con un vocabulario exiguo y datos concisos logra dotar al horror de una voz estética que, hasta cierto punto, lo hace tangible o al menos sujeto a una mínima comprensión racional.
Los ojos de Gutete Emerita simbolizan los ojos de todas las personas –pasadas, presentes y futuras– que han sufrido, sufren o sufrirán un destino similar. El carácter individual de un único destino se desvanece, transformándose en una descarga de sedimento impulsado hacia arriba en una pila montañosa; en un todo amorfo de partes ultrainformadas. Es inevitable recordar las fotografías de los campos de concentración nazi, que muestran montañas de ropa, zapatos, cabello, dentaduras postizas y cuerpos. Ante esta cloaca del tiempo, ante el infinito que acusa en silencio y va acumulándose ante nosotros como un túmulo sepulcral, quedamos indefensos y atónitos. Miramos la historia y ella nos devuelve la mirada –sin descanso– a través de los ojos de Gutete Emerita. Nos aturde el azar, la indiferencia y –por último– el sinsentido de los acontecimientos históricos. Y nos abruma la impotencia ante eterno y monótono retorno de lo mismo.

Magnifica Hans , emocionante la obra de Jaar, en general y esta en particular. Desconocía que perteneciera a la Colección Daros Latinoamerica. Magnifica
La mirada penetrante de los ojos de Gutete Emerita, no dejan indiferente a quien quiera ver…
Fantástico, enhorabuena por tu mirada.
Increible Hans , lo que escribiste sobre esta obra de Jaar . La habia visto una vez creo que fue en New York , pero no alcance a entender totalmente la tragedia en Ruanda a través de Los ojos de Gutete Emerita, hoy me queda claro .Fantastico.
Maravillosa la obra de Alfredo Jaar, de una sutileza que te permite ver y entender la tragedia que representa. Esta es sin duda una obra estrujarte que hace doler el corazón y perturba la mente. Me encanto tu texto Hans.
Excelente, Hans! Esta es una obra icónica de Alfredo Jaar. Tan gris, tan silenciosa y sin embargo nunca una obra ha gritado tanto como esta. Y es este horror el que confirma que no hay razas, somos todos iguales.