Betsabeé Romero es una de las muy pocas artistas que de verdad merece llamarse «creadora cultural». Desde hace muchos años produce un arte de origen inequívocamente mexicano, que, al mismo tiempo, conquista sin esfuerzo el escenario internacional. Su obra se sustenta en las raíces de la boyante tradición del arte popular en su país; mucho más imaginativa y viva que la exangüe repetición académica que a lo largo de muchas generaciones se ha ido desgastando por completo en México.
«En Latinoamérica todos siempre están mirando lo que pasa en Europa y traduciéndolo; metiendo las cosas en los cajones de las clasificaciones dadas por los europeos. En México, quienes estudian historia del arte no buscan un vocabulario local para explicar los fenómenos propios, sino que prefieren usar un lenguaje que solo les permite nombrar lo que ya conocen. Abordan lo que pasa en Latinoamérica con los términos que estudiaron allá en Estados Unidos o en Inglaterra». (B.R.) En otras palabras, cualquier material que pueda prestarse para la producción de arte en México se somete sin falta al escrutinio estadounidense o europeo, que determina a priori qué es concebible, aceptable o deseable, tanto en la forma como en el contenido.

En este contexto parece improbable que, en un país tan machista como lo es México, una artista culta se dedique en cuerpo y alma a los automóviles y su parafernalia —un dominio muy masculino— como tema de su arte. En efecto, Betsabeé Romero «feminiza» los autos insignia del destripador machista por excelencia y resignifica los automóviles y sus neumáticos, guardafangos, capotas, parabrisas, retrovisores… Con ello, altera nuestra arrogante y marchita percepción del arte con su total desprecio por los principios y máximas elitistas, desmintiendo así la imbécil distinción entre lo «alto» y lo «bajo».
El automóvil puede verse como una pars pro toto de nuestra sociedad «moderna». Mucho más que un simple objeto de uso e incluso más allá de un símbolo de estatus, el automóvil se ha convertido en una metáfora de la modernidad per se, de la movilidad ilimitada, de la libertad misma, del sueño del progreso infinito y de la velocidad ilimitada, de la productividad y del consumismo, de los sueños y utopías tanto personales como colectivos, y, no menos importante, de la independencia absoluta y de una rancia masculinidad.
Y entonces Betsabeé se lanza a transformar y deconstruir el auto, hibridándolo semánticamente, llevándolo al espacio del arte, destacando su valor cultural y narrando todas sus historias y memorias, a las que otorga una nueva expresividad poética. También trabaja con las llantas y los timones aprovechando de una plétora de connotaciones: desde el ojo de Tlaloc, el dios azteca de la lluvia, pasando por la Rueda de la Fortuna y el caucho natural –explotado en épocas anteriores– hasta la huella fugaz que dejan los neumáticos, como un símbolo de lo transitorio.
Nada de esto debería cegarnos al hecho de que, a pesar de su estética sensual, colorida, alegre y festivamente exuberante, en el fondo de su corazón Betsabeé es una acérrima activista intelectual y política que también despliega la belleza de su arte como un medio de seducción –cual caballo de Troya– para atraer la atención de personas que no suelen interesarse en el arte. Ejemplos elocuentes son su icónico «Ayate Car» o el «Carro Molotov» que creó durante un taller en Casa Daros junto con jóvenes de una favela en Río de Janeiro.

Betsabeé Romero ha reconocido el enorme valor del arte popular y ha sabido integrarlo con éxito en su arte. Hace uso del potencial revolucionario de este arte que, a lo largo de los siglos, no ha cesado de servir como «resistencia cultural». En sus obras, Betsabeé Romero unifica con fluidez lo prehispánico, el llamado arte colonial y nuestra cultura cotidiana. De hecho, amalgama las «tres culturas» tan invocadas en México. En su arte, la reflexión política llega a ser poética y lo que parece banal puede conducir a la belleza.
«Todos somos migrantes de la vida». (B.R.)
Ver también mi entrevista con Betsabeé Romero en las entregas 81 y 82, del 19 de junio y 3 de julio de 2021.
No se si activista es la palabra correcta en referencia a Betsabe Romero, lo que si se, es que su obra tiene belleza y poesía y su creatividad tiene que ver con la artesanía mexicana que es como tú mencionas, hermosa y prolífica. Mexico no es un país fácil para las mujeres por su machismo y aquí se puede corroborar el dicho “nadie es profeta en su tierra”