«Mi obra aspira a una condición de densidad, gran sencillez, franqueza, de apertura de lenguaje e interacción». (1999, en una entrevista con Gerardo Mosquera)
Franco y en reposo interior
Cildo Meireles es uno de esos artistas que hoy en día son escasos: no siempre está disponible. Ha puesto adrede una serie de «filtros» entre él y el mundo exterior (del arte) para crear un espacio tranquilo que le permita pensar y crear. Por ello, cada vez que uno se encuentra con él en su estudio, él suele verse profundamente relajado. Al igual que Mario Cravo y Antonio Dias, Cildo solo habla si es estrictamente necesario, pero cuando lo hace, es animado, espontáneo, abierto y cálido.
Cildo Meireles es también uno de los pocos artistas brasileños que protesta contra las flagrantes injusticias, adoptando una postura clara y ética. Es un hombre franco que dice lo que piensa incluso en situaciones difíciles, cuando, oportunamente, ya los demás colegas se han callado desde hace tiempo. Cildo está consciente de su calidad artística y de su singularidad, y parece sacar fuerzas y sabiduría de este conocimiento.
Conceptos llenos de juego y poesía
Podría decirse que Cildo Meireles incuba sus proyectos artísticos; parece soñarlos. Sus instalaciones están llenas de elegante, táctil y seductora poesía. Apuestan precisamente a lo que denominé «conceptualismo lúdico»: ver mi entrega número 62, del 26 de septiembre de 2020.
Este gran veterano del arte contemporáneo en Brasil ha creado una buena cantidad de obras que ya son indiscutiblemente icónicas y una parte integral del patrimonio de la cultura mundial. Están sus primeras obras, como «Cruzeiro do Sul», «Zero Dollar» y su legendario «Projeto Coca-Cola»: botellas de Coca-Cola de retorno múltiple con la inscripción subversiva Yankees go home, que fueron mucho más útiles en la época de la dictadura militar en Brasil que las botellas de Coca-Cola de su colega norteamericano Warhol. Las amplias instalaciones de Cildo, como «Volátil» (1980) o «Glovetrotter» (1980) son de una calidad poética igualmente cautivadora, enigmática y nunca del todo definible. Como siempre sucede con las obras de Meireles, su tensión y encantamiento provienen del nexo oscilante entre la realidad de los materiales usados y su simbolismo potencial.
Los expansivos penetrables

«Através» (1983-1989) es una de sus obras maestras: una laberíntica estructura penetrable y de gran tamaño, compuesta por una especie de paredes traslúcidas, ventanas enrejadas, cadenas de hierro, alambre de púas y mallas metálicas que apuntan a una libertad (de movimiento) restringida y a una violencia estructural y anónima. El visitante deambula como perdido en este laberinto estéticamente fascinante y al mismo tiempo frío y desdeñoso. Camina sobre una infinidad de vidrios rotos, arrojados precariamente en el piso, que va crujiendo bajo cada estruendosa pisada.
Luego está «Fontes» (1992), una instalación formada por miles de reglas que cuelgan del techo. Sin embargo, sus unidades de medida no siguen las normas estándar, sino otros criterios arbitrarios y «falsos». Las reglas están acompañadas por el ruidoso y estresante tic-tac de innumerables relojes de pared cuyas caras muestran numeraciones incorrectas.

Y luego está «Babel» (2001): una torre gigantesca que llega hasta el techo y está compuesta por radios antiguos y nuevos, todos funcionando a la vez, cada uno en una emisora distinta, y con sus luces de colores parpadeando en la oscuridad. Todo se fusiona en una metáfora perfecta, no solo de la confusión babilónica, sino también del sentido y el sinsentido del consumismo y la comunicación misma.
Catedral de huesos vacunos

Una de mis obras favoritas es «Missões (Cómo construir catedrales)» (1987), que pude comprar para la colección. Unos 2000 huesos de ganado penden de un techo iluminado y unidos al suelo por una columna, rala en apariencia, de unas 500 hostias. Cerca de 600,000 monedas idénticas a la divisa local están esparcidas por el suelo. El vínculo entre el cielo y la tierra, lo divino y lo material, se manifiesta en los huesos (simbolizando la muerte) que cuelgan en forma desafiante y que, sin embargo, adquieren la apariencia de un ciborio espléndidamente iluminado sobre un barroco altar católico. La luz, pura y radiante, se filtra a través de las hostias (que simbolizan la eucaristía) y hacia las monedas frías y centelleantes: el lucro inmundo que es la base de nuestra vida y que, no obstante, permanece vinculado al firmamento –a la vez amenazador y fascinante– por las hostias blancas e inmaculadas, apuntando prometedoramente hacia arriba, como un nexo etéreo con la supuesta espiritualidad.
Arte y belleza
En una conversación para nuestro catálogo «Seduções», publicado en 2006, le pregunté a Cildo sobre su idea de la belleza en el arte. Esta es la respuesta que me dio:
«No siempre se trata de buscar la belleza. Tal vez el camino se aproxime mas a la verdad que a la belleza. Lo que me parece interesante en el objeto de arte es cuando secuestra al espectador, en un determinado lugar y momento. Aunque sea durante un abrir y cerrar de ojos, vives una experiencia única, por breve que sea. Es cuando el objeto hace que el sujeto se olvide de sí mismo. A mi juicio, se acerca mucho a lo que es belleza en arte.»
Para mi sin duda uno de los artistas mas interesantes – y por lo tanto mas importantes – de nuestra época.
El arte jamás se hizo para ser bello sino para transmitir una emoción. “Saturno devorando a su hijo” (Goya) o “Guernica” (Picasso) son solo dos ejemplos entre centenares de otros.
Fabuloso artículo. Maravilloso artista. Puro arte. Gracias