Aún corría el año 2000. Ya me había familiarizado con mi nuevo trabajo y viajado bastante, cuando noté que faltaba Colombia en mi agenda. En realidad, no era de extrañarse porque nadie iba para allá. Con profunda convicción, la gente me advertía que no era aconsejable ir por razones de seguridad. ¿Qué debía yo hacer? Le di vueltas mentales al asunto, sopesando los pros y los contras. Por fin, me dije: “Tengo que viajar a Colombia. ¡Todo estará bien!” Y me puse en marcha…
Normalidad en medio del conflicto
Doris Salcedo vino en su auto a recogerme al aeropuerto El Dorado (¡qué nombre tan prometedor!) para llevarme al hotel. En la carretera del aeropuerto a la ciudad, ya iba pensando: “Esto se parece mucho a la ciudad donde vivo, Zúrich.” En el hotel, aún petrificado por el miedo, miraba por la ventana hacia la algarabía de la hora pico en la calle de enfrente y caí en cuenta de que tan solo se trataba de miles de personas regresando del trabajo a sus casas, como en cualquier lugar del mundo. Ahora sí que nada me retendría. Bajé ¡y me uní a la multitud!

Sin duda, Colombia estaba más afectada por asesinatos y secuestros a inicios del milenio que en la actualidad. Pero yo sentía que no era más peligroso que Israel hace unos años, así que pronto me acostumbré a la masiva presencia policial y militar, y a los puestos de control. En estos primeros años del siglo XXI, todavía alcancé a ser testigo de restos de la absoluta locura que había reinado en Colombia. ¡Imagina un país cuyos habitantes se ahogan durante años y años en la droga y el terror!
El barrio de El Cartucho aún no se había demolido. Era una zona más allá de toda ley, donde nadie se atrevía a poner un pie y a la que ni siquiera la policía u otras fuerzas armadas podían controlar. Era una pesadilla apocalíptica y ardiente; un paisaje urbano socavado por túneles y pasadizos subterráneos. Ninguna epopeya hollywoodense de horror posapocalíptico podría sobrepasar estas imágenes.

Los rostros de Jano
A esto se añadieron innumerables historias sobre las masacres sangrientas, crueles e inhumanas cometidas durante décadas entre las FARC y otros rebeldes “políticos” por un lado, y los paramilitares y fuerzas armadas por el otro. Nada de esto parecía encajar con la gente encantadora, amable y educada de la élite colombiana que tuve el placer de conocer, con los expresidentes y sus esposas; todas parejas encantadoras que estaban no solo interesadas en el arte, sino además exquisitamente versadas en los asuntos culturales … Sólo después fue que llegué a descubrir lo que en verdad había sucedido bajo el ala de estos presidentes.
Esta situación si acaso podría compararse con la que existe entre israelitas y palestinos: generaciones se han adherido a la doctrina del “ojo por ojo, diente por diente” al tal punto que las hostilidades entre individuos y clanes familiares enteros, así como entre acerbos oponentes políticos, no pueden resolverse por nada en el mundo. En estas circunstancias, parece un milagro que los conflictos colombianos hayan disminuido en la última década.
Todo a mi disposición
En medio de esta tensa y sin duda frágil situación, fui el primer curador extranjero, desde hacía mucho tiempo, con serias intenciones de explorar el panorama artístico de Colombia. Como resultado, el mundo del arte local me cayó, como quien dice, en el regazo, cual fruta madura de un árbol. Con excepción de Fernando Botero, afuera no se sabía nada sobre el arte contemporáneo del país.
Para nuestra exposición “Cantos cuentos colombianos”, inaugurada en Zúrich en mayo de 2004, logré lanzar una generación completa de artistas colombianos a nivel internacional. Por supuesto, la obra de los artistas representados en esta exposición —y por lo tanto también los de la Colección Daros Latinamerica— (Juan Manuel Echavarría, Doris Salcedo, Rosemberg Sandoval, Oscar Muñoz, Miguel Ángel Rojas, Fernando Arias, José Alejandro Restrepo, Nadín Ospina, María Fernanda Cardoso y Oswaldo Maciá) apuntaban a la situación sociopolítica del país. ¿Cómo no iban a hacerlo? Pero los detalles de esta exposición en Zúrich serán discutidos en otro momento.
Sociedad de clases y crisol cultural
Pocos países latinoamericanos son tan heterogéneos como Colombia, que oscila entre las influencias culturales más diversas sin que prevalezca una cultura específica. Durante los últimos siglos, oleadas migratorias provenientes del “Occidente” europeo y del “Oriente” próximo y medio se fueron apoderando, en etapas sucesivas, de este país rico y diversificado. Como sucede a menudo en Latinoamérica, la población indígena quedó marginada. Colombia es un país profundamente burgués y conservador. Los europeos pueden vislumbrar aquí cómo podría haber sido su propia sociedad hace tiempo y cómo podría haber funcionado en términos de una casi impenetrable sociedad de clases.
La ventaja es que los cocineros, las criadas y las niñeras provienen tradicionalmente del Caribe o de la costa del Pacífico, agregando así un toque de sangre fresca y autóctona para que todos los bebés colombianos bien nacidos puedan asimilarlo con la leche materna.
Muchas gracias Hans por haber tomado el riesgo de ir a explorar. Mientras muchos de nosotros ya no dábamos un centavo por su futuro, tu viste una mina de oro. Ayuda mucho venir desde afuera y ver las cosas subjetivamente, sin ninguna de las heridas o traumas que muchos tuvimos que pasar.
Bello y veraz recuento de Colombia y su arte. Pusiste tu ojo donde era. El amor dio la cosecha. Muchas gracias. Valio la pena.