Creo que México tiene la producción más rica de arte popular en toda Latinoamérica. En mi opinión, sobrepasa el arte contemporáneo. En tu obra existe un profundo factor mexicano. Si analizas tu producción en general ¿cómo consideras que se distingue del arte popular?
Como artista, creo que es muy importante tener clara una posición frente a este tema. El arte popular en México responde a culturas vivas que tienen ritos y tradiciones que responden a un calendario de celebraciones, que tienen motivos relacionados con una religiosidad ecléctica, que a su vez ha mezclado varias colonizaciones. Es particularmente interesante cómo, a pesar de toda esta mezcla cultural, lo prehispánico se ha filtrado y resistido con muchos de sus idiomas, tradiciones y celebraciones.
El arte popular no es una mercancía que se produce de cero. No sólo se produce como producto turístico, por suerte. El arte popular sigue respondiendo a sus orígenes, sigue haciéndose desde las culturas de las que nació y que la sustentan con sus razones históricas y étnicas. Son procesos culturales que han funcionado desde hace siglos como resistencia cultural, reproduciendo y guardando su memoria.
En México es nuestro mayor patrimonio intangible. Es invaluable. Veo muchísima distancia entre la porcelana de Delft, que ahora se fabrica en China o la Talavera de España, que se desvirtuó. Son tradiciones que se despojaron de su origen cultural y ahora solo se producen como objetos turísticos, como kitsch. El arte popular se vuelve kitsch cuando se vacía de sentido; como si ya no tuviera alma ni dónde regenerarse auténticamente. Cuando me reúno con los artesanos con quienes trabajo, las cosas cobran un sentido y una razón de ser.
En el arte popular no hay producciones personales. Son parte del patrimonio familiar y colectivo. No son «de autor», salvo ciertos artesanos que han entrado en el mercado como productores de objetos, generalmente con una búsqueda decorativa de alta calidad, que les han dado oportunidades económicas fuera de su comunidad. Hay grandes maestros artesanos, respetados en sus mismas comunidades por su factura, porque lo hacen magistralmente, pero sin dejar de detentar un patrimonio que ellos mismos consideran colectivo, y eso es una suerte para la sobrevivencia de su comunidad, de su cultura y de sus valores. Incluso muchos de sus símbolos tienen un significado encriptado que sólo ellos conocen y comparten.
Todo lo que hacemos como artistas visuales, en última instancia proviene de una decisión personal de vida, de un proyecto por lo general individual y bastante solitario. La obra dialoga con una historia muy compleja, pero casi siempre sin una comunidad con quien dialogar y generar proyectos colectivos.
El arte popular, por el contrario, se hace desde una práctica de reproducción de códigos colectivos y resistencias culturales, desde un territorio donde la función es continuar las tradiciones y los lenguajes que han aprendido de sus mayores. Deben reproducir y compartir colectivamente aquello con lo que ellos aprenden a identificarse desde niños y lo hacen por generaciones. Entonces, es un punto de partida y de llegada muy diferente del que tiene uno en el circuito del arte.
Sin embargo, muchos talleres y tradiciones se están perdiendo porque no logran sobrevivir. En el ejercicio de mi trabajo, desde la admiración y el aprendizaje que me ha dado el arte popular toda mi vida, me parece muy importante dignificar, valorar y visibilizar la situación tan precaria en la que ellos generan cultura. Por suerte hay coleccionistas e instituciones que fomentan y becan a los artesanos, pero sus comunidades siguen siendo atacadas y explotadas.
¿En qué sentido?
En México y en el mundo sigue dominando una cultura muy racista y eurocéntrica. Todas las culturas que no son occidentales son devaluadas.
Pero en México todavía se habla de las «tres culturas».
Sí, pero las culturas propiamente indígenas que siguen vivas en México son el 10% de la población; todo lo demás es mestizo en diferentes grados y se ha occidentalizado en múltiples momentos históricos. En ese sentido, aunque a uno le gusten ciertos objetos y aprenda el oficio para trabajarlos, no es lo mismo que estos surjan como parte de la cultura y las tradiciones que los generan, lo reproducen y los guardan.
Desde hace 20 años, trabajo directamente con muchos artesanos, haciendo relecturas de objetos cotidianos occidentales y revisitando celebraciones populares, como el Altar de Dolores o el Altar de Muertos; releyendo el contexto completo en el que se hacen y usan los objetos dentro de los ritos. He trabajado durante ese largo tiempo con un mismo grupo de artesanos, a quienes conozco profundamente y que me conocen profundamente. La idea es visibilizar el origen múltiple y muchas veces mestizo desde donde producen, cómo lo hacen, la riqueza que ello conlleva y lo maravillosos que son.

Cuando trabajo con ellos saben que les voy a proponer cambios de soporte, de forma, de materiales, de colores y, sobre todo, significados. Al principio no saben cómo cada objeto va a formar parte del todo, pero al final les gusta ver y comentar conmigo los procesos en los que sus obras entran a significar de otra manera. Siempre quieren que yo cree algo diferente. A veces pensaba que eso no les iba a gustar porque sería como traicionar sus tradiciones, pero no fue así. Don Antonio, por ejemplo, con quien hago las ceras escamadas, vino para ver que haríamos ese año. Le propuse repetir algún modelo que ya habíamos hecho y sólo cambiar la paleta, pero él me dijo: “No, maestra, yo siempre vengo y espero que usted y yo hagamos algo diferente. Le daré más tiempo. Yo me espero, pero no me diga que vamos a hacer otra vez lo mismo.”
¿Qué es folclor para ti, Betsa?
Odio esa palabra. Siempre se usa desde lo extranjero para hablar acerca de nuestras culturas. Kitsch y folclor para mí tienen que ver con lo turístico. ¿Tú que pensarías que es?
Para mí, en el folclor las costumbres se manifiestan sin ninguna evaluación.
Cuando alguien escribe algo de mí y sale por alguna razón la palabra folclor, se me eriza el cabello. Pero me he dado cuenta de que la gente no lo hace de mala fé. Para mí, folclor es algo que se saca de su contexto, como el ballet folclórico en México, que es buenísimo, pero es una estilización aplanada, falsa, dulcificada, saneada de las danzas de muchas regiones, todas unificadas en un lenguaje muy decoroso para los ojos del turista. En cambio, el origen de esas danzas viene de rituales de iniciación, de conflictos ancestrales, de apelación a los astros, etc.
¿Piensas que nuestro concepto de base en la Daros Latinoamérica tenía sentido? Me refiero a la idea de unir a los países de América Latina de alguna manera.
Claro. Era algo de importancia fundamental, primero porque en Latinoamérica tenemos un pasado colonial con muchos puntos en común, así como cuestiones políticas e históricas que nos permitirían entendernos los unos a los otros más fácilmente que a las culturas de otros continentes. Y, además, compartimos un mismo idioma en casi todos los países. Esas referencias simbólicas, históricas y lingüísticas comunes son muy interesantes por las posibilidades que nos dan para generar un constante dialogo cultural y artístico entre todos los países de este continente. En cambio, lo que ha sucedido, dado el modo de operar del mercado y de la historia del arte, es que todos estamos tratando de circular y ser consumidos por el mercado norteamericano y europeo. No nos damos cuenta del poder que podríamos tener juntos.
Gracias a Daros Latinamerica y a otras iniciativas, América Latina se abrió. Colombia, por ejemplo, ahora está en el mapa del arte contemporáneo global, cuando antes casi no existía artísticamente. Hay un mayor interés y curiosidad hoy que antes, pero los artistas siguen soñando con trabajar desde Nueva York o Berlín, citando sin entender muy bien a Derrida y a otros autores, cuyo pensamiento parece que debemos digerir si queremos producir algo que sea de valor.
¿Cuál es tu país o lugar preferido en América Latina?
Colombia me gusta mucho por los amigos que tengo allá. Y también tengo una relación profunda con Argentina. Mi profesor en París fue Antonio Seguí y mis colegas universitarios allá eran argentinos. Son relaciones que han seguido vigentes en muchos sentidos. Con los cubanos tengo una relación de amor y odio, pero siempre cercana con muchos amigos que quiero y admiro.

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