Este trabalenguas alemán —que significa algo así como “En Ulm, alrededor de Ulm y en todos los alrededores de Ulm”— no solo inspiró unos de los happenings de Wolf Vostell; también habla de la ciudad donde nací. Pero ¿por qué diablos contrataron a uno de Ulm para el trabajo de curador en Latinoamérica, en lugar de un latinoamericano que ya hablaba ambos idiomas?
Sobre los prejuicios y una ejemplar democracia de posguerra
Cualquier latinoamericano se hubiera visto limitado por sus prejuicios. No es por asignar culpas; es un simple hecho: nadie puede afirmar que está libre de prejuicios, ni yo tampoco. Todos llevamos nuestra propia carga (inconsciente) de ideas, conceptos y juicios prefabricados al trabajo. Lo que me faltaba, sin embargo, eran prejuicios específicamente latinoamericanos; aquellos con los que crecieron mis coetáneos de clase media que fueron educados en América Latina.
Soy una criatura típica de la democracia posnazi en Alemania Occidental, acaso el país con el gobierno más democrático de todos los tiempos, como contrapeso lógico e inevitable al régimen nazi. Mi juventud, en las décadas de 1960 y 1970, estuvo marcada por la máxima libertad, apertura y democracia —las condiciones más favorables para un joven— sin que yo tuviera verdadera consciencia de ello. Ulm — el hogar de mis primeros 18 años, situado en el río Danubio; antigua ciudad imperial y libre; y que contaba con unos 100,000 habitantes cuando yo era joven— fue uno de los muchos epicentros del desarrollo cultural en la Alemania federal de posguerra y se desbordaba de actividades de vanguardia. Ya en 1946, la activista por la paz Inge Aicher-Scholl (cuyos hermanos Hans y Sophie Scholl fueron ejecutados por los nazis en 1943 por su participación en el movimiento de resistencia antinazi “Rosa Blanca”) había fundado una universidad popular progresista en Ulm, que dirigió hasta 1978. Junto a Max Bill, también cofundó, en 1953, la Escuela de Diseño de Ulm, que funcionó hasta 1968, ganando reconocimiento internacional como la escuela de diseño “post-Bauhaus”. El amante del arte Kurt Fried abrió en 1959 su “studio f “, ofreciendo a Ulm un espacio para el arte internacional de vanguardia. Recuerdo haber visitado la exposición “Kinetische Objekte” de Julio Le Parc en el Museo de Ulm en 1970, que tuvo una perdurable influencia en mí. En 1964, el artista Wolf Vostell organizó en mi ciudad natal el happening más grande de Alemania en ese entonces, titulado In Ulm und um Ulm und um Ulm herum. Incluía a 200 participantes y un viaje en autobús por 24 estaciones; entre otras, un aeropuerto militar y un establo con una vaca a punto de parir… Ulm es también la sede del teatro municipal más antiguo de Alemania, ¡fundado en 1641!, y la plataforma de lanzamiento para directores teatrales de la talla de Paul Pörtner, Peter Palitzsch y Peter Zadek.

La cultura de vanguardia y una democracia viva formaron así las bases de mi visión del mundo; en esos años no habría podido imaginármelo de otra manera. El esnobismo de clase y el racismo estaban mal vistos; fue en América Latina que comprendí el verdadero significado de estos conceptos y el alcance global de estos fenómenos. Allá me los encontré en todos los países y casi siempre de forma pronunciada. Cuánto me sorprendió constatar, después de unas cuantas visitas a la Cuba “socialista”, que la isla caribeña alberga a las personas más conservadoras y retrógradas de toda la región. Algún día volverán sin suturas a su prerrevolucionaria sociedad de clases, como si las décadas anteriores no hubiesen existido. Y es que el racismo y la pequeña burguesía se han mantenido en pie incluso después de la “revolución”.
¡Vive la distance hacia el objeto de análisis!
Lejos de ser un mérito personal, simplemente gozaba de una distancia provechosa. Al no ser latinoamericano, no tenía conflictos internos de intereses, ni compromisos con un lado o con el otro; pude entrar a trabajar de la manera más imparcial posible.
Tampoco es que hubiera otros colegas dirigiéndose hacia allá; yo avanzaba hacia un vacío, por así decirlo. Tampoco había nadie preparado para gastarse el dinero o el tiempo indispensables para tal empresa de alcance global, y a nadie más se le ocurrió la idea de base. No se trataba de una de esas “visiones” o incluso “misiones” que se invocan con frecuencia. La mía era una idea muy clara y concreta.
Tal y como lo veo hoy, la amalgama entre intruso inicial (ni nacido, ni criado en Latinoamérica, ni demasiado familiarizado con la producción artística local) y experto interno en el que pronto me convertí, arrojó intrigantes resultados. Este escenario me permitió adoptar una mirada tanto interna como externa, y relacionar ambas para beneficio mutuo.
Desde el principio, por supuesto, tuve plena consciencia de la dimensión política de nuestra empresa. La mía fue una decisión específica y deliberada de participar en la producción artística del continente latinoamericano. Mis colegas latinoamericanos habrían tratado el arte de su continente mucho más como una “cuestión de rutina”, como algo que no se cuestiona; similar a una lengua materna que ha sido parte de la propia cultura desde la primera infancia: algo natural. Mi enfoque, inevitablemente, fue muy distinto.
Que hermosa ciudad la tuya, parece una estampa de cuento de hadas.
No hay nadie en el mundo que se salve de prejuicios hasta ahora. La visión que tenemos del otro está siempre contaminada, es una contingencia cultural en la que los seres humanos tenemos que trabajar. Europa sigue viendo a Latinoamerica como tierra incógnita a pesar del internet y de Google que te da respuestas para todo. Que oportunidad tan espectacular te dio la vida, (también la buscaste). Que enriquecedor periodo el que tuviste, todos esos problemas que encontraste, la barrera del idioma, los prejuicios, el clima, los contrastes culturales te dieron un conocimiento del mundo y del arte latinoamericano envidiable.
Bravo Hans,era la única manera de conseguirlo.Me gusta mucho tu reflexión.
claro también en el campo artístico latinoamericano existe a menudo una inevitable atención a lo que se piense sobre el arte “latinoamericano” en Europa
yo recuerdo que en una ocasión pregunte a Jan Hoet, director de la Documenta IX, por qué no había en su selección de artistas más latinoamericanos (seleccionó a Cildo Meireles, Eugenio Ditborn y un artista cubano, que se me escapa). Me dijo que el arte de latinoamerica estaba dirigido al mercado norteaméricano. Pero, la mayoría de is artistas europeos que seleccionó Hoet operaban en el mercado del arte de Colonia (Koln) y Nueva York
Creo que lo sprejucios que tenemos los latinoamericanos son los mismos a los que poseen los curadores de cepa Europea. Y el campo artístico puede leerse por la forma en que leemos al “otro” desde acá.
Tenemos que trabajar y pensar para combatir nuestros prejuicios, no sólo de manera “cotidiana”, también en la educación de la audiencia.
Saludos
Jose springer.