«Mi objetivo es comprender cada vez más al ser humano; sus instintos básicos, su forma de sobrevivir y prosperar, sus relaciones con los demás, cómo ama y declara, miente, oculta, expone y es fiel a sí mismo. El principal oponente es uno mismo. Es a ti a quien debes superar constantemente para salir de tu zona de confort.» (Javier Castro)
El artista cubano Javier Castro no se alimenta de la anémica «luz neoconceptual» de la academia. Bebe más bien de la abundancia en la cotidianidad cubana; desciende a las profundidades abismales de la existencia humana; escucha a la gente común; y refleja y registra escenas habituales, a menudo grotescas, pero siempre reales, tomadas en cada uno de los callejones de su antiguo barrio San Isidro, en La Habana Vieja, y filmadas tal cual. Pone en escena documentos honestos en extremo, sobre lo humano y lo demasiado humano, que a veces son difíciles de digerir y al borde de lo insoportable, pero que por lo general son muy estimulantes. Sus cortometrajes en video no se detienen en nada; son desvergonzados y veristas a la vez.
Horrendas fantasías, especulaciones descabelladas, proyecciones y ficciones de todo tipo condicionan las acciones de sus protagonistas, que se dejan filmar sin problema, en parte porque son vecinos y en parte porque un poco de espectáculo y promoción no vienen mal, al fin y al cabo. Ya sea que se trate de la piel, de las uñas, de los órganos sexuales o de confesiones intensamente personales, las escenas de Javier Castro destacan por su tremenda intimidad y una inmediatez conmovedora que nos penetra la piel. La autenticidad de las personas que filma está fuera de toda duda y se distingue por una profunda honestidad y humanidad que ya casi no estamos acostumbrados a soportar.

Llenos de ironía e ingenio, y al mismo tiempo crudos y sin filtros, los pequeños secretos de la vida cotidiana en esta isla tropical, con su desesperanza económica y su notoria locura institucional impuesta por el Estado, relampaguean en todas sus breves y concisas video-escenas. La cotidianidad sin fondo del precario proletariado se funde suavemente con su anhelo de glamour sin límites, en Cuba más que en la mayoría de los países del mundo: desinhibida, más clara, más salvaje y más dolorosa, como si la viéramos a través de una lupa. Javier Castro ha captado y registrado este rasgo especial con un guiño cariñoso y comprensivo: la profunda empatía del artista hacia su entorno inmediato se intuye en todas sus películas.
Hace unos años, Javier Castro se mudó a Estados Unidos para ver y entender más el mundo: «Vivir, trabajar y crear dentro y fuera de la isla ha sido revelador en muchos sentidos. Conocer, experimentar nuevos universos, idiomas, culturas, religiones y conflictos de diversa naturaleza me ha servido para expandir mi visión del mundo; esencial, dado el carácter antropológico de mi obra. Viajar me ha permitido también cuestionarme lo que significa ser un artista cubano: ¿hay que permanecer en Cuba para ser un auténtico artista cubano? Es una interrogante que me asecha a menudo, sobre todo cuando constato el número de exposiciones, publicaciones y eventos dedicados al arte cubano, que no contribuyen a transgredir los cerramientos ni los clichés en torno a este».
El poder de observación precisa del artista ha ganado nueva tracción al tomar un cambio de dirección. Su arte dejó atrás el hábitat familiar de La Habana Vieja para moverse hacia temas más universales, cuya presentación se tamiza a través de un fino filtro estético. A primera vista, sus nuevos trabajos tienen tan poco en común con sus impresiones veristas de la vida callejera cubana que parecen ser de un artista diferente. Sin embargo, son una continuación lógica y coherente de sus obras anteriores. Las constantes que atraviesan su creación artística son una violencia latente y completamente erotizada, así como una ardiente sensualidad unida a cierta tendencia a adentrarse en el lado salvaje, sólo que ahora su presentación se sublima estéticamente.

En particular, la tetralogía «Cuatro cosas básicas (Cocos / Carne / Tortuga / Agua)», de 2018, es una pequeña obra maestra en su género. Transmite gran calma y, sin embargo, posee un enorme poder visual; es relajada y a la vez dramática. Se trata de una obra de arte madura, llena de sutiles matices y elegantes metáforas delineadas por una serena visión filosófica de la vida:

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