«Creo que nuestra civilización está alcanzando el más refinado grado de barbarie que registra la historia». (León Ferrari)
León Ferrari fue, de lejos, el artista más irreverente y polémico que he conocido. Su trabajo, sin embargo, abarca muchísimo más que la crítica social. León Ferrari era, en efecto, el «joven eterno»: un provocador formidable, irreverente, nunca conforme… Alguien que, por principio, desafiaba todas las formas y mecanismos concebibles del poder predominante; los analizaba con su agudo ingenio y luego los desarmaba con sus medios artísticos.
Indómito por naturaleza
Visité a León Ferrari al inicio mismo de mis actividades en torno a la Colección. Fui a su apartamento en el centro de Buenos Aires y me sumergí de inmediato en un mundo increíble –hasta entonces desconocido para mí– que solo existe en las casas de esta ciudad (y, por supuesto, en la literatura). El ambiente oscilaba entre engreído y extravagante. Todo respiraba orgullo e independencia. Los recuerdos que conservo son de residencias anticuadas y sombrías.
En cuanto al artista en sí, siempre fue muy sereno y afable cuando uno por fin lograba que concediera una cita. Nunca pude evaluar hasta qué punto era auténtica su conducta. El Sr. Ferrari se mostraba demasiado astuto e ingenioso; le gustaba actuar como un viejo estrafalario y algo travieso. Al menos yo nunca rebasé ese estado con él. Además, Ferrari estaba bien consciente del verdadero valor de sus obras mucho antes de que su éxito internacional se disparara; éxito que alcanzó a ver y disfrutar. Por eso, convencerlo de vender era en extremo difícil. Las obras que yo más ansiaba tendían a ser justo las que Ferrari casi siempre se rehusó a vender.
León Ferrari era, en efecto, el «joven eterno»: un provocador formidable, irreverente, nunca conforme… Alguien que, por principio, desafiaba todas las formas y mecanismos concebibles del poder predominante; los analizaba con su agudo ingenio y luego los desarmaba con sus medios artísticos.

La carrera de León Ferrari como artista comenzó a mediados de la década de 1950, cuando ya tenía treinta y tantos años. Alcanzó un primer pico de perfección a inicios de los sesenta, cuando creó sus exquisitos dibujos, sus écritures: imágenes con “textos” poéticos y una disposición conceptual lúdica en apariencia espontánea (solo en apariencia). Imágenes que expresan tanto sin ser legibles y que ocultan más de lo que revelan. Ferrari abrió todo un universo de posibilidades –para sí mismo y para nosotros– comprometiéndose con esas imágenes caligráficas, entre la escritura y el dibujo. Sus láminas están diferenciadas y matizadas con sutileza. A primera vista, vemos líneas individuales que corren a través del papel, pero las líneas no pueden descifrarse; más bien convergen en imágenes compuestas en conjunto, que vacilan y vibran entre los polos de la máxima disciplina y la libertad gestual. En esencia relacionado con el informalismo que prevalecía entonces, Ferrari creó, no obstante, algo único. No es una écriture automatique –como la de Mark Tobey, por ejemplo– sino más bien una forma por entero nueva que se encuentra en algún lugar entre la pura visualidad y la información codificada. Algunos de estos dibujos se fusionan en una dimensión casi espacial. De manera absolutamente consistente, Ferrari desarrolló con éxito estos conceptos en sus famosas y delicadas esculturas de alambre.
Arquitecturas de la locura

Otra serie importante son los planos que creó durante su exilio en São Paulo, entre fines de la década de 1970 y mediados de la de 1980. En estos planos arquitectónicos y urbanos, Ferrari transmite el absurdo que suponen nuestros órdenes políticos y estructuras sociales, así como la uniformidad impuesta por un conjunto anónimo de reglas y políticas. En este contexto, a Ferrari le gustaba referirse a las «arquitecturas de la locura» que nos aprisionan y dentro de las cuales los seres humanos estamos prestos a desaparecer, ahogándonos como una multitud uniforme de objetos hormiguescos.
Blasfemia exultante
El arte de Ferrari siempre se entrelaza con un nivel de humor e ironía que sólo pocos de sus colegas poseen. Esto es, por supuesto, más evidente en sus numerosos trabajos blasfemos y profanos que señalan y afrentan la sexofobia de la Iglesia católica. En 1997, Ferrari fundó el CIHABAPAI: Club de Impíos Herejes Apóstatas Blasfemos Ateos Paganos Agnósticos e Infieles en formación. También son encantadoras sus «relecturas de la Biblia» y sus jaulas, en las que deja que las palomas (vivas) vayan cubriendo de mierda una reproducción del Juicio final que pintó Michelangelo en la capilla Sixtina. Nadie ha superado el anticlericalismo de León Ferrari. No olvidemos que, en 2004, el exarzobispo de Buenos Aires –hoy el Papa Francisco– exigió que la exposición del ¡octogenario! Ferrari se clausurase por supuesta blasfemia. ¡Qué triunfo para la libertad cuando esa misma muestra pronto reabrió por orden de la Corte!

Muy interesante, Hans! Gracias.
Grande Ferrari, inteligente provocador, siempre elegante y justo. Gran artista.
Gracias, Hans, por no olvidar a León, uno de los muy grandes.
Jorge