“Todavía me gustaría cambiar el mundo, pero resulta ser más difícil de lo que pensaba.” (Luis Camnitzer en conversación con Hans-Michael Herzog, Zúrich, 22 de junio de 2009)
A quien madruga, Dios lo ayuda
Cuando conocí a Luis Camnitzer, en los primeros años de este siglo, su obra todavía era casi un secreto entre los versados en el arte conceptual “clásico”. Ello se debía, por un lado, a que su visión política lo había mantenido alejado del mercado del arte y, por otro, a que sus incesantes escritos analíticos como teórico del arte, crítico y educador habían atraído en muchos lugares más atención que su obra artística. Obra que tuve el privilegio de inspeccionar de cerca y de analizar junto al artista durante cierto número de años, llegando, poco a poco, a comprenderla a fondo. Fue así como pude elegir con total libertad entre una plétora de obras, justo porque aún no se habían puesto a la venta, comprando para Daros Latinamerica la mayor colección de obras de Luis Camnitzer a nivel mundial.
Conceptualismo lúdico
Hijo de padres judeoalemanes, nace en Lübeck en 1937. A los dos años emigra con su familia a Montevideo, y allí crece y estudia. Con apenas 27 años de edad, se muda a la metrópoli artística de Nueva York, donde vive desde entonces. Luis Camnitzer puede considerarse una perfecta mezcla de cultura latinoamericana y estadounidense, con una composición 100% uruguaya y 100% neoyorquina. Es uno de los pocos artistas en cuyas obras la socialización y la mentalidad latinoamericanas (teñidas por una educación alemana) se funden con la llamada cultura hegemónica occidental, de una manera hiperprolífica, sinérgica y simbiótica.
Partiendo del conceptualismo y del minimalismo estadounidense de las décadas de 1960 y 1970, la producción de Camnitzer ya era bastante independiente en esa época, y se distinguía de forma clara e inequívoca de la de sus colegas norteamericanos por su aguda sutileza, su afilado ingenio, su poética lúdica y su irónica ambigüedad metafórica, así como por su marcado compromiso social y político.
El arte: una invitación a pensar
Luis tiene el potencial de un padre que resulta tener siempre la razón: algo que sin duda suele intimidar. Me refiero a su palabra escrita y hablada. Al estilo de muchos de sus colegas de la academia estadounidense, siempre se preocupa de que sus declaraciones y conferencias sean “a prueba de balas”, dejando a lectores u oyentes tan abrumados por su elocuencia dialéctica, que no se atreven a rebatirlo, al menos no ad hoc.
Sus creaciones artísticas son otro asunto. Su ejecución y sus resultados siempre sobresalen cuando no busca probarse nada a sí mismo ni a los demás, dejándose llevar por el juego desenfadado de la mente, con el que sin cesar exige al espectador que se involucre. Su arte es una invitación inagotable a que empleemos nuestras facultades para pensar; un guiño cautivante y un llamado seductor a usar y expandir nuestra percepción.
Luis ha sido y es, en esencia, un idealista consagrado, y ello en sí mismo es algo maravilloso en nuestro tiempo. Ingenioso, irónico y sarcástico, su oferta creativa se entremezcla a la vez con momentos de gran hondura poética. Es un agnóstico con una aguda mente analítica y una clara inclinación a subvertir los sistemas establecidos. Como persona es, además, honesto en extremo y, en la máxima medida posible, incorruptible. Siempre rechazó la idea de la autoría del maestro, expresando con magnifico ingenio esta actitud en sus numerosas obras sobre la firma del artista.
Una vez despojado de la arcaica observación contemplativa, el arte se libera para encontrarse con sus receptores: espectadores atentos que agudizan su percepción —y en última instancia, su conciencia sociopolítica—del arte y con el arte. Y el artista es el DJ o el cantinero que mezcla este cóctel.
La educación
Es aquí donde encontramos a Luis Camnitzer como ferviente defensor de su principal inquietud: el vínculo indisoluble entre el arte y la educación, que lleva a la indagación conjunta y constructiva de nuevas preguntas y respuestas en una búsqueda común del conocimiento. Su utopía radica en que el “arte como tal” será redundante el día en que el mundo que se haya vuelto creativo.
Luis Camnitzer, por cierto, aborrece la “educación artística” tradicional, como lo señaló en una conferencia que dio hace unos años en Panamá:
“Generalmente, los que no tienen las antenas bien puestas para relacionarse con una obra de arte —y no importa las causas— buscan justamente que se les explique para entenderla. Los que piden esa explicación esperan que se les dé una traducción narrativa que agote todas las partes de la obra. Lo interesante es que cuando esta traducción exhaustiva es posible, esto significa que la obra de arte no lo es. La posibilidad de ser traducida implica justamente que no hay un residuo inexplicable. Significa, además, que lo que la obra presenta está en el campo de lo predecible. La explicación de la verdadera obra de arte, por lo tanto, no esta en una traducción literal, sino en el ofrecimiento de pautas que permitan reorientar las antenas para una comunicación más certera, para que se pueda ver lo imprevisible e inexplicable”.
Muy buen análisis sobre este artista Hans.
Me encanta el trabajo de Camnitzer, no conozco a muchos Uruguayos y no sabría opinar si es más uruguayo que aleman. Tiene un humor muy agudo pero conozco alemanes del sur con ese humor.
Me hizo gracia que siendo tan cerebral diga que aun quería cambiar al mundo pero que era más difícil de lo que pensaba.
Será difícil cambiarlo aun entre muchos pero tendremos que luchar por conseguirlo.