Arte Latinoamericano

Mario Cravo Neto (1947 – 2009)

Hay tanto que merece destacarse sobre Mario Cravo Neto que es difícil siquiera empezar. Estoy profundamente agradecido por haber tenido el privilegio de conocer a este eminente fotógrafo brasileño, un artista idiosincrásico y muy independiente; un espíritu libre y, sobre todo, un querido amigo. 

Inmerso en su país, sus creencias, su arte

Mario Cravo Neto vivió y trabajó en su ciudad natal, Salvador de Bahía, la mayor parte de su vida. Es el origen de su arte. El Candomblé —religión afrobrasileña con un sistema de creencias sincréticas arraigadas en la cultura Yoruba del África occidental— ejerció una influencia formativa sobre él desde muy temprano, al igual que el fotógrafo y antropólogo francés Pierre Verger (1902-1996). Verger viajó por todo el mundo antes de establecerse en Salvador de Bahía en 1946 y convertirse en un sacerdote Yoruba (babalawo) con el nombre de Fatumbi. 

Sacrificio V, 1989, Selenium toned print on Ilford fiber base paper, 96,5 x 96,5 cm, Cortesía: Daros Latinamerica Collection, Zürich

El candomblé es parte esencial y visible de la producción artística de Mario Cravo Neto, que comprende miles y miles de fotografías. En comparación con las obras de sus contemporáneos, el fotógrafo nigeriano Rotimi Fani-Kayode (1955-1989) y su colega brasileño Miguel Río Branco —basadas en una iconografía similar— las imágenes en blanco y negro de Mario Cravo Neto son más intensas en su sublime espiritualidad y más cercanas en sensibilidad a la obra de Robert Mapplethorpe, aunque las de Cravo Neto son, por su naturaleza, más sensuales que eróticas.

Presente y a la vez trascendental

Las imágenes de Mario Cravo Neto transmiten una calma prodigiosa y una absoluta atemporalidad. Se han convertido en símbolo de la cultura y el patrimonio religioso que él comparte. Sin embargo, su iconografía se mantiene abierta; elude los elementos casuales y anecdóticos, y por ello nunca se convierte en una mera descripción de los rituales. Cravo Neto acerca al espectador a los sujetos que escenifica en su estudio fotográfico. Cuerpos, rostros y objetos emergen de la oscuridad; la iluminación, precisa y sofisticada, y las poses frontales confieren una presencia increible e inmediata a los sujetos. Cravo Neto recrea las cualidades hápticas y táctiles de las superficies y estructuras de la piel, el cabello, las escamas o las plumas, de modo que uno casi puede sentirlas. Se elevan de su bidimensionalidad a una dimensión espacial y escultórica.

Criança Voodoo I, 1989, Selenium toned print on Ilford fiber base paper, 96,5 x 96,5 cm, Cortesía:
Daros Latinamerica Collection, Zürich

En virtud del poder poético inherente a sus fotografías en blanco y negro, se convierten en símbolos de vida y muerte, de fuerza y corporeidad, de epifanía mágica, y también de inocencia y vulnerabilidad. Estas poderosas metáforas visuales son bodegones espiritualmente animados. Al propio Mario Cravo le gustaba referirse a su fotografía como una búsqueda del objet trouvé y de su poder poético. Sus obras poseen una fuerza sublime y universal que trasciende la realidad en imágenes serenas e intensas, cargadas de grandeza interior. Estas composiciones sutilmente calculadas, muy estéticas y sensuales, exudan un sentido de eternidad que contrasta con nuestro mundo dinámico, colorido y pulsante. 

Mario Cravo era un brillante observador del mundo y no se perdía nada. Cuando lo conocí a inicios de este siglo, le disgustaba viajar. Era como si ya hubiera visto y experimentado lo suficiente. Parecía más feliz cuando podía trabajar y pensar solo en su pequeño estudio en la casa del árbol. Trabajaba sin descanso; no sentía dicotomía alguna entre “trabajo” y “vida”; todo se fundía en uno. Su visión animista y panteísta del mundo era algo que ni negaba ni anunciaba.

Era un esteta de los pies a la cabeza, y sólo podía funcionar a su propio ritmo. Lo sublime, lo trascendente, el dolor, la angustia y la belleza, el amor y la sensualidad: Cravo Neto lo expresaba todo de manera tan admirable y precisa en sus obras poéticas, que no había necesidad de hablar con él sobre ello. El fluir estaba todo allí, por lo que a veces podíamos sentarnos en silencio y hablar sin hablar. Cuando murió, perdí a un amigo que sabía de todo. Impregnado de una profunda sabiduría y perspicacia, estaba muy por encima de la vida y, sin embargo, inmerso en ella.

  1. Que belleza de fotografías, verdaderamente transmiten lo que tu bien comentas, poéticas, sublimes y atemporales. Es un placer mirarlas.

  2. Es como dices Hans. A pesar de que culturalmente tiene algo en común con la fotografía de Miguel Rio Branco, la obra de Cravo Neto está más relacionada, estética y vivencialmente, con la de Mapplethorpe. Ambos crean un dramático discurso visual y estético, desde sus intensas experiencias de vida.

  3. Muchas gracias Hans por escribir estas maravillosas líneas sobre este ser tan admirable,me haz hecho recordar aquel día en Dakar cuando me lo presentaste maravilloso

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