Arte Latinoamericano

Redescubrimiento precoz: los “viejos”

Rastreando a los “viejos” artistas del siglo XX a comienzos de este milenio, recuerdo que mi pregunta “¿sabes dónde vive el famoso artista tal y cual?” producía casi la misma reacción donde quiera que fuera: “Ah, ¿sigue vivo?”

Redescubrir a los “viejos” aún no había tomado auge, por lo que mi investigación sobre estos artistas —en buena parte olvidados— me parecía una empresa algo solitaria hacia el año 2000… 

…y sin embargo ¡qué bien la pasé con los viejos artistas latinoamericanos! Fue un verdadero privilegio conocer a estas maravillosas, enérgicas y destacadas personalidades. Además, algunas de sus obras aún estaban disponibles a precios muy razonables.

 

Carmelo Arden Quin

Tomemos, por ejemplo, al artista uruguayo Carmelo Arden Quin (1913-2010), varado en la periferia parisina a sus 90 y tantos años. ¡Un hombre tan hermoso por dentro y por fuera, con su magnífica barba blanca! Lo visité varias veces y tuvimos maravillosas conversaciones sobre la vida y el arte. Sin embargo, ello nunca llevó a grandes compras de estilo, ya que la datación de sus obras (y las del resto) del Grupo Madí, allá por 1950, parecía demasiado incierta, así que preferí dejar pasar la oportunidad antes de arriesgarme a una posible falsificación. Circulaban rumores salvajes sobre la apropiación contemporánea por parte de los propios artistas para superarse entre sí con la obra más antigua.

 

Julio Le Parc

Al extrarradio de París también fui a ver a Julio Le Parc, nacido en 1928. De joven —en Ulm, mi ciudad natal— su grácil arte cinético me había impresionado profundamente. Nuestra curadora técnica, Käthe Walser, reconstruiría, junto con Julio, todas las obras relevantes de este género en los años venideros para presentarlas en nuestro museo, en Zúrich en 2005, y luego agregarlas a la colección. Ello eventualmente condujo a la triunfal reaparición de este artista poco recordado. (Más sobre las obras de Julio Le Parc en una futura entrega.)

 

Jesús Rafael Soto y Carlos Cruz-Diez

Nuevamente, fue en París donde conocí a Jesús Rafael Soto (1923-2010). Amable y alegre, ya se había apartado de la cotidianidad artística que lo rodeaba. Pude comprarle algunas excelentes obras a él directamente, y otras más tarde a galerías comerciales. El contexto de Soto no guardó paralelo alguno al de su compatriota y colega venezolano Carlos Cruz-Diez, también nacido en 1923. Carlos ha logrado integrar perfecta y constructivamente a toda su familia en el engranaje de su producción artística. Provoca contagiarse de su atrayente sensibilidad y de su vigor físico, mental e intelectual. Las negociaciones para adquirir sus obras, por ende, siempre fueron francas y de una transparencia ejemplar, generando óptimos resultados para ambas partes. (Más sobre Carlos Cruz-Diez en una nueva entrega).

 

Nelson Ramos, Puerta de mi casa, 1978, Fotografía: Peter Schälchli, Zürich, Cortesía: Daros Latinamerica Collection, Zürich

María Freire, Nelson Ramos y Wifredo Díaz Valdéz

Pude conocer a María Freire (1917-2015) en Montevideo cuando ya se había retirado de su quehacer artístico. Pasamos deliciosas horas juntos. Era una persona muy sencilla, que parecía vivir en su propia órbita. También me encontré con Nelson Ramos (1932-2006) en Montevideo y le compré algunas obras de primer orden para la colección. Incluso logré persuadirlo de llevarme la puerta de su cocina, artísticamente intervenida por el, aunque me costó algo de esfuerzo… Es inolvidable haberlo visto en su pequeño jardín mientras preparaba un delicioso churrasco parecido al volcán que manaba sudor en su fragua. Y asimismo, en Montevideo me topé con Wifredo Díaz Valdéz, nacido en 1932; un hombre bueno y seguro de sí mismo, aunque poco reconocido entre sus colegas. Sin embargo, este artista excepcional —un “carpintero filosófico”— logró ingresar con sus esculturas al pabellón uruguayo en la Bienal de Venecia en 2013.

 

Víctor Grippo y Roberto Obregón

Pude reunirme con el famoso Víctor Grippo (1936-2002) solo una vez —en la galería de Orly Benzacar en Buenos Aires— poco antes de que él muriera: ya demasiado tarde para un verdadero intercambio de ideas. A Roberto Obregón (1946-2003), artista colombiano radicado en Venezuela, también lo vi solo una vez. Por lo menos me las arreglé para comprarle una obra muy poética con pétalos de rosa.

Roberto Obregón, 22 Disecciones reales, 1993, Fotografía: Peter Schälchli, Zürich, Cortesía: Daros Latinamerica Collection, Zürich

 

León Ferrari, Ennio Iommi y Gyula Kosice

Fue diferente con León Ferrari (1920-2013), artista abiertamente blasfemo, cuyas obras son las más anticlericales que jamás haya conocido. Inteligente, perspicaz, afable, y un mujeriego intuitivo y sagaz, estaba bien consciente del valor que alcanzaría su obra, incluso años antes de ser reconocido por el mercado internacional del arte. En consecuencia, nuestras negociaciones de compra fueron arduas, rindiendo algunos frutos modestos. Las cosas anduvieron mejor con Ennio Iommi (1926-2013), un hombre bajito y orondo con una esposa adorable como él. ¡Qué pareja más encantadora! Pronto entablamos amistad y pude conseguir algunas de las obras más hermosas que aún le quedaban debido, además, a que la demanda no era aún muy intensa. Con Gyula Kosice (1924-2016) la historia fue otra por completo. Este artista —excéntrico, chiflado, muy ambicioso y lleno de ímpetu viril — nos recibió en su propio e impresionante museo. ¡Haz de energía y demonio en una sola persona! Sin embargo, como su colega Arden Quin, la autenticidad de algunas de sus obras nunca quedó muy clara.

 

 

  1. Arduo problema el de los artífices que recurren al antefechado de sus obras. No sé si “falsificación” es el término más adecuado para describirlo, pues connota la intervención de una mano ajena. Pero sin duda hay allí una inautenticidad cronológica que hace violencia al arte, a la vida, a la memoria. A la historia.

    Todo agravado cuando algunas ansiedades curatoriales aceptan cualquier relato autoral (o contribuyen a crearlo) para jerarquizar algún logro supuesto de exhibición o colección. Interesante el relato de cómo Herzog habría resistido a esa tentación.

    La situación adquiere densidades adicionales con la proliferación de lo que suelo denominar “bocetos póstumos” (tal vez otros han utilizado ya la expresión). Es decir, trabajos que se dicen antecedentes ––o derivados inmediatos–– de piezas históricas reconocidas, pero que en realidad han sido generados mucho tiempo después, intentando capitalizar el reconocimiento tardío de las obras pioneras.

    Los dilemas curatoriales que nos imponen esas prácticas artísticas ––tan frecuentes, hoy y siempre–– son no sólo técnicos, sino también éticos.

  2. Un recuento maravilloso. Anunciaste los cambios y las transformaciones que posteriormente llegaron. Revitalizas la escena actual.
    Me gusto mucho.

  3. Me parece que debes agregar Alberto Heredia, Libero Badii, Pablo Suárez, Luís Felipe Noé, Jorge de la Vega, Antonio Berni. Todos buenos amigos……….”olvidados”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *