¿Dónde radica la famosa y tan a menudo invocada calidad de una obra de arte? ¿Hay criterios objetivos para juzgar el arte? De ser así, ¿cuáles son?
Sin duda, los premios o galardones, la fama en la escena artística o los precios —sobre todo bajo las condiciones actuales del mercado— no son criterios para medir la calidad de una obra de arte.
Con cada obra adquirida para la Colección Daros Latinamerica estudié con detenimiento si sería capaz de sostenerse sin mi empeño. ¿Se reafirmaría en un futuro desconocido sin mis explicaciones de hoy y en un imprevisible contexto expositivo, como podría ser algún espacio en Sídney, Lagos, Lima, Shanghái o Hamburgo?
Siempre me planteé analizar en detalle el contexto de su creación —al menos en la medida de lo posible— y contrastarla con el filtro de producciones artísticas paralelas y contemporáneas en otros lugares del mundo; y, por supuesto, quise entender al artista y su biografía para medir la obra en el contexto de todo su trabajo, para así llegar a una valoración significativa de la pieza en cuestión. Sin duda, los puntos de referencia aplicados al arte latinoamericano contemporáneo debían ser los mismos aplicados al arte en general. Por lo tanto, me desconcertó que mis colegas en Suiza y en Tate Modern me hicieran consultas “bien intencionadas”. Cuando llegaron a darse cuenta, a principios de este siglo, de que el arte latinoamericano iba a introducirse en sus colecciones y exposiciones, muchos recurrieron a mí para orientarse: “Hans, ¿tienes alguna sugerencia sobre cómo exhibir arte de América Latina?” (¡!)
La dramaturgia expositiva
Entonces, con cada adquisición, visualizaba a la vez un posible escenario expositivo. Para mí, una exposición es siempre una deliberada puesta en escena —parecida a una obra teatral— y las cuestiones dramatúrgicas son, por lo tanto, muy relevantes. No es de extrañar, pues, que también me atrajera el “vacío” o la “nada”: ¡solo piensa en la fascinación y el suspenso latentes en los dramas de Beckett! No obstante, buscaba obras de arte discursivas (¡no chismosas!) que tuvieran algo que decir, una historia que contar. Quería incluir obras multidimensionales en la colección, obras que estuvieran abiertas a la interpretación y a ser experimentadas en muchos niveles, obras distintas de las que ya había visto, obras que evitaban lo local y lo anecdótico, y obras que no requiriesen de explicaciones prolijas. El contenido y los medios debían fusionarse de forma significativa, apuntando idealmente a cuestiones sociales y humanas más profundas, pero que a la vez fuesen estéticamente capaces de trascenderlas.

La completitud enciclopédica es algo que nunca me ha interesado; no es ni posible ni deseable. Siempre la he considerado una empresa condenada al fracaso. Más bien pretendía que las obras de arte desarrollasen su significado en cada contexto particular y mediante las interacciones en su presentación, algo que simplemente no sucede cuando hojeas las imágenes sin vida —cual estampillas— en un catálogo razonado. Por el contrario, quería que la colección funcionara como un discurso ingenioso al más alto nivel artístico. La obra A y la obra Z se asignaron aleatoriamente como principio y fin (casi todos los trabajos de la colección aparecen en el sitio web de Daros: daros-latinamerica.net). Por extensión, todas las obras de la colección son de igual valor para mí, sin importar su precio de compra y más bien siguiendo el lema: ¡Valor sin precio! No hay favoritos; cada trabajo individual tiene su propia calidad específica que se despliega en el discurso de una exposición. A lo largo de los años, se hizo evidente que las obras de la colección son tan variadas que podíamos abarcar cualquier tema expositivo.
La intención era que las obras en sí mismas reflejaran el concepto subyacente en la colección. Exhibirlas, a su vez, no se concibió como meros eventos estéticos, sino porque poseen cualidades intrínsecas y educativas que se evidencian en su mutua interacción y en la secuencia de su presentación. Las exposiciones —cada una en sus propios términos— se tornaron, por ello, muy accesibles para el visitante ¡de mente abierta!
¿Dónde radica la famosa y tan a menudo invocada calidad de una obra de arte? ¿Hay criterios objetivos para juzgar el arte? De ser así, ¿cuáles son?
• La obra de arte es el efecto visible de un ejercicio, de una mirada y de una sospecha. Es el efecto final, incompleto e imperfecto de una visión subjetiva de las cosas del mundo. No hay criterios objetivos para juzgar el arte.
• Interpretar una obra de arte es encontrarle un sentido, jamás el sentido. La singularidad de la obra me exige pluralidad.
• Los múltiples sentidos de la obra de arte son la obra de arte misma.
• “Sólo se puede estudiar lo que antes fue soñado”, escribe Gaston Bachelard. Antes aparece la contemplación de la obra de arte y luego su interpretación, antes aparece la experiencia y luego la comprensión.
• No es la obra contemplada ni el sujeto que la contempla quienes definen la experiencia estética. Es ésta, la experiencia estética misma, quien define y concede vida a la obra y al sujeto.
• Creación, interpretación, contemplación: sólo durante estas experiencias la obra de arte completa mi mirada. Inquietando o aquietando mi mirada, la obra habita y desaloja todas las otras cosas del mundo.
• Con la ciencia y la tecnología las cosas se perfeccionan. Con el arte y la estética las cosas se contemplan.
• Con la ciencia se progresa, con el arte se viaja.
• El verdadero usuario del barco es el navegante. En el arte, este concepto de uso es válido si el espectador se demora ante la obra de arte. O sea, si se embarca con ella.
• Para hablar del mundo real, del simbólico y del imaginario, la obra de arte habla de sí misma, y está en el mundo de otra manera que una mera cosa del mundo. Viceversa, por estar en el mundo de otra manera, puede hablar de sí misma, del mundo real, del simbólico y del imaginario.
• Sólo resisten las cosas que quiero dominar, utilizar, transformar, forzar, explotar, destruir. La obra de arte tiene un bajo coeficiente de realidad: es irresistible.
• Hay un principio de irrealidad que sobrevuela y roza lo que llamamos realidad. Móvil y vulnerable, ondulante y diversa, con todas las posibilidades de lo posible, la realidad del cuadro en el museo o la realidad del pájaro en el jardín no permite escapatoria alguna, permitiendo todas.
• La obra de arte es una cosa, pero no es una cosa más entre las cosas.
• La obra de arte es una cosa diferente que deja ver una diferencia. Puede ser considerada como un híbrido que está a medio camino entre la confesión y la crítica.
Aforismos de: Horacio Zabala, El arte o el mundo por segunda vez, UNR Editora, Rosario, 1997
Muy interesante. Una lastima que Daros suspendiera el interés por mostrar y publicar lo logrado u rostrar la forma de revivir lo logrado a lo largo de estos años.