
Al este de Bombay, no lejos de Aurangabad, se encuentran Ellora y Ajanta: dos conjuntos de monasterios-templos-cuevas, excavados en las rocas. Un total de casi tres docenas de templos y cuevas habitadas se excavaron en las montañas rocosas desde el siglo VI en Ellora. Los primeros templos rupestres eran budistas, seguidos de templos hinduistas y, por último, jainistas. Como ocurre a menudo, es difícil distinguir los relieves de estilo budista de aquellos de estilo hindú.

Caminar descalzo en los pisos de roca desnuda, pulidos por las innumerables personas que han pasado por ahí, es un placer sensual muy peculiar: la historia se hace tangible en las plantas de los pies.


El monumento más destacado de lejos es el templo de Kailasha, en el corazón del recinto. Construido en el siglo VIII, está dedicado al dios Shiva, que vive en la montaña Kailash, en el Himalaya. La estructura independiente mide noventa por sesenta metros y se alinea exactamente al oeste. Se extrajo de la roca cortando y retirando cientos de miles de toneladas de piedra en una increíble proeza cultural y logística.


Por sí sola, la concepción arquitectónica y artística del templo opaca todo lo demás. Solo una civilización muy avanzada es capaz de llevar a término un edificio tan complejo y a la vez tan coherente, sobre todo teniendo en cuenta que la construcción se llevó a cabo a lo largo de muchas décadas, en las condiciones climáticas imperantes en la zona y empleando tan solo herramientas mecánicas.

El complejo de cuevas residenciales y templos de Ajanta se remonta un poco más atrás: del siglo II a.e.c. al VII. Encaramado sobre una curva del río en forma de U, fue construido y habitado por monjes budistas.


Las cuevas de Ajanta están cubiertas de pinturas que muestran rasgos tempranos de perspectivismo y un nivel estético muy sofisticado. Vale la pena fijarse en las claras referencias a la pintura helénica y romana de la antigua Europa.


A medio camino entre Bombay y Bangalore, en la meseta del Decán, se encuentra Vijayapura, que floreció en el siglo XVI como sede de un sultanato independiente. Esta ciudad islámica de unos 35,000 habitantes bien merece visitarse. Un cómodo paseo en calesa te llevará a recorrer todos los mausoleos y monumentos islámicos en pocas horas.


Uno de los monumentos más destacados de la arquitectura islámica es la tumba de Ibrahim Adil Shah II, de inicios del siglo XVII, también conocida como el Taj Mahal del sur de la India.

Otro mausoleo famoso es el Gol Gumbaz, erigido para albergar los restos del sultán Mohammed Adil Shah en 1659. Su gran cúpula de 51 metros de altura y 37 de diámetro es una de las mayores del mundo, junto a las consabidas cúpulas italianas.

Un destino sin duda excepcional son las ruinas de Hampi, Patrimonio de la Humanidad, que se extienden a lo largo de veintiséis kilómetros cuadrados. Entre los siglos XIV y XVI, Hampi fue la capital de Vijayanagara, un próspero imperio hindú. Los viajeros europeos regresaban a sus casas alabando su esplendor y festividades, y comparándola con la antigua Roma.


La mejor forma de explorar las ruinas del templo es en tuk-tuk; así también puedes disfrutar del bello y panorámico paisaje, con sus diversas formaciones rocosas.

Vishnu como avatar humano-leonino en el templo Lakshmi Narasimha.

El Lotus Mahal, de inspiración islámica, era el palacio de recreo para la reina y su séquito.


El inmenso templo Shree Vijaya Vitthala Gudi es una joya del arte y la arquitectura. Alberga dos hitos de la India, la Carroza de Piedra y los famosos Pilares Musicales: al igual que las cuerdas de un instrumento, las columnas producen sonido con el simple toque de un dedo.


Justo al lado del bazar de Hampi y en las inmediaciones del pintoresco río Tungabhadra se encuentra el magnífico templo de Virupaksha, que terminó de construirse en el siglo XIV. Junto con Lakshmi, el elefante del templo, sigue siendo un destino muy popular, frecuentado por peregrinos de toda la India. Aquí podemos asistir a ceremonias hindúes y sacrificios rituales desde muy cerca.


El mejor momento para subir a la cercana colina de Hemakuta, con las ruinas de su antiguo templo, es al atardecer para contemplar la puesta de sol y reflexionar sobre la rueda de la vida: existencia, fugacidad, eternidad…


Qué monumentalidad! Y qué diseño!! Son increíbles. Gracias por compartir, Hans!
Gracias por compartir!
Siempre un placer ver y leer tus reportajes Hans, combinando a la perfección entretenimiento y profundidad. Tu invitación a reflexionar sobre existencia, fugacidad y eternidad me seduce mucho….