Fenómenos socioculturales

El género del deseo – Reflexiones sobre la masculinidad, el trumpismo y el “sueño americano”

Hace un tiempo me topé con uno de los pocos libros que en años recientes han encarado con lucidez el tema del amor: The Gender of Desire. Essays on Male Sexuality (El género del deseo. Ensayos sobre la sexualidad masculina), escrito por el autor estadounidense Michael S. Kimmel y publicado por State University of New York Press en 2005. ¿Por qué será que no se publican más ensayos meritorios al respecto?

Un capítulo me asombró por completo y expandió, de forma inmediata y como nunca antes, mi comprensión de la psique del hombre estadounidense: “La masculinidad como homofobia. Miedo, vergüenza y silencio en la construcción de la identidad de género”.

Desde entonces, poseo una visión más clara no sólo de la psique masculina en Estados Unidos, sino –más importante aún– de los cimientos sobre los que se ha desarrollado históricamente todo lo relacionado con el trumpismo; es decir, el fetichismo hacia las armas, el sexismo, la homofobia, el racismo y, en última instancia, nada menos que el llamado “sueño americano”.

He aquí algunos pasajes destacados del libro de Kimmel:

“Una noción antifemenina se encuentra en el corazón de las concepciones contemporáneas e históricas de la virilidad, de modo que lo masculino se define más por aquello que no se es, que por aquello que sí se es” (p. 31).

“La identidad masculina nace de su renuncia a lo femenino, no de la directa afirmación de lo masculino, convirtiendo así la identidad del género masculino en algo tenue y frágil” (p. 32).

“La masculinidad es una puesta en escena homosocial (;) su emoción predominante es el miedo” (p. 33-34).

“Este es el gran secreto de la masculinidad estadounidense: los hombres nos dan miedo. La homofobia es un principio organizador de lo que nuestra cultura define como masculino. La homofobia es más que el miedo irracional a los homosexuales; más que el miedo a que nos perciban como homosexuales. La homofobia es el miedo a que otros hombres nos desenmascaren, nos castren, nos revelen a nosotros mismos y al mundo que no estamos a la altura de ellos; que no somos hombres de verdad. Tememos que otros hombres descubran ese miedo. El nuestro es el miedo a la humillación. Nos avergüenza tener miedo. 

La vergüenza lleva al silencio; a los silencios que hacen creer a los demás que realmente aprobamos los abusos contra las mujeres, las minorías, los gais y las lesbianas en nuestra cultura (…) Nuestros miedos son la fuente de nuestro silencio y el silencio de los hombres es lo que mantiene el sistema en marcha” (p. 35).

“En una encuesta, se les preguntó a mujeres y a hombres qué era lo que más miedo les daba. Las mujeres respondieron que temían ser violadas y asesinadas. Los hombres respondieron que tenían miedo de convertirse en el hazmerreír” (p. 37).

“A lo largo de la historia estadounidense, varios grupos han representado a los maricas; a los no-hombres frente a quienes los hombres americanos contrastan su definición de hombría, a menudo con resultados perversos (…) A mediados del siglo XIX, los negros esclavizados eran vistos como hombres desvalidos e incapaces de defender a sus mujeres e hijos y, por lo tanto, menos masculinos. A los indígenas se les consideraba niños tontos e ingenuos, y por ello se les infantilizaba con el apodo de “hijos rojos del Gran Padre Blanco”, despojándolos así de una virilidad plena. 

A fines de ese siglo, los nuevos inmigrantes europeos se sumaron a la lista de hombres de mentira, en especial los irlandeses y los italianos, a quienes se les consideraba demasiado apasionados y volátiles para alcanzar el ideal masculino de ser como un gran roble fornido y en control; y también los judíos, a quienes se les tildaba de librescos y demasiado enclenques para dar la talla. A mediados del siglo XX, también los asiáticos –primero los japoneses y luego los vietnamitas– sirvieron como ejemplo de seres poco varoniles, contra quienes los estadounidenses lanzaban su rabia de género. A los asiáticos se les veía como pequeños, blandos y afeminados; apenas si podía llamárseles hombres. 

Semejante lista (italianos, judíos, irlandeses, africanos, indígenas, asiáticos, homosexuales…) representa la mayoría de los hombres estadounidenses. Por lo tanto, la masculinidad solo se reserva a una minoría distintiva, cuya definición se fue construyendo para evitar que los demás la alcanzaran. Curiosamente, a estos mismos grupos también se les ha tildado de hipermasculinos: bestias salvajes, sexualmente agresivas y violentas, contra las cuales los hombres «civilizados» deben tomar una posición vertical para rescatar a la civilización. Pero ya sea que se les considere maricas afeminados o salvajes incivilizados, los términos poseen un género. Estos grupos se convirtieron en los “otros”; las pantallas contra las que se desarrollaron las concepciones tradicionales de hombría” (p. 38).

“La exclusión y el escape han sido las estrategias dominantes de los hombres estadounidenses para mantener a raya el miedo a la humillación. El pavor a ser emasculados por otros hombres, a sentirse avergonzados y a ser vistos como maricas es el leitmotiv de mi lectura de la historia de la masculinidad estadounidense. La masculinidad se ha convertido en una prueba implacable para demostrar a los otros hombres, a las mujeres y, en última instancia, a nosotros mismos, que dominamos nuestro papel. La inquietud que sienten los hombres hoy no es nada nuevo en la historia estadounidense; nos hemos sentido ansiosos e inquietos durante casi dos siglos. Ni la exclusión ni la huida nos han brindado ese alivio tan anhelado, y no hay razón para pensar que ninguna de las dos resolverá nuestros problemas ahora. Nuestra paz mental, al liberarnos de la lucha de género, vendrá solo con la política de la inclusión, no de la exclusión, y con la defensa de la igualdad y la justicia, no del escape» (p. 41-42).

Es justo esta inclusión la que ha ido acabando con el “sueño americano”. Por ello, estamos viviendo la violenta rebelión de las fuerzas de la derecha estadounidense contra el devenir de los acontecimientos, que, sin embargo, ¡no podrá detenerse a la larga!

  1. In the USA where I lived 22 years, I think masculinity is also a class issue. To be WASP is quite important. During the colonization the WASP, the white English men who were conquering the West represent masculinity. Hollywood made this clear. Now things have changed a lot, and one way that today white masculinity make visible its power, is controlling women bodies. The returning of the abortion law or how “Trumpism’ treats women are just two examples for this century.
    So much to talk about…
    Anyway, seems a good book Also, nowadays not many books about this and others similar subjects are not being published is: there is a law banning books in the USA. Its go unnoticed in the middle of the Contemporary American turmoil.

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