«Los herreros, molineros y fabricantes de armas nunca podrían vivir en el ruido perpetuo de sus propios oficios, si golpeara sus oídos con la misma violencia que lo hace en los nuestros. Mi collar perfumado puede sentarle bien a mi olfato, pero después de usarlo tres días seguidos, solo lo notan quienes me rodean. Vivo en una torre con una poderosa campana que tañe el Avemaría varias veces al día. El estruendo sacude hasta mi torre. Al inicio me resultaba insoportable, pero pronto me acostumbré y hoy ya no me molesta; ni siquiera me despierta». (Montaigne, Capítulo XXIII: «De la costumbre»)
→ “Montaigne sobre el poder de la costumbre“