«Mon métier et mon art, c’est vivre.»
El noble francés Michel Eyquem de Montaigne nació en el Château de Montaigne, la propiedad de su familia en la región del Périgord, a unos 60 kilómetros al noreste de Burdeos. Allí pasó la mayor parte de su vida, escribiendo los llamados Essais en la torre que convirtió en atelier para poder trabajar sin interrupciones.
Michel de Montaigne era todavía un niño cuando aprendió latín para luego irse a estudiar Derecho en Burdeos y en París. Mantuvo excelentes contactos con la realeza parisina. Sabía mantener el equilibrio entre los católicos y los protestantes franceses, incluso durante las Guerras de Religión, por lo que a menudo solicitaban sus servicios como consejero real. Y, al igual que su padre, fue el alcalde de la cercana Burdeos durante varios años.
A partir de la década de 1570, Montaigne trabajó en sus Essais: textos breves sobre todas las posibles incógnitas de la vida. No hay tema que no haya abordado de forma inteligente, creando así un vademécum para todo lo que tu corazón desea. Los consejos de Montaigne provienen de su “sentido común” y de vivencias mundanas muy personales. Además, su principal fuente de inspiración fueron los escritores antiguos de Roma y Grecia, cuyos libros conservaba en su extensa biblioteca.

Sus más de cien ensayos y tratados cubren temas tan variados como “la vanidad”, “los inconvenientes de una posición elevada”, “los cojos”, “el sueño” o “los olores”; con títulos al estilo de: “Cómo nuestro juicio se entorpece a sí mismo”, “Cobardía, madre de la crueldad”, “No fingirse enfermos”, “De una deficiencia en nuestra administración pública” o “Nuestro sentido del bien y del mal depende en gran medida de nuestra actitud”.
Michel de Montaigne estableció el ensayo (j’essaie = lo intento; lo ensayo), género literario a caballo entre el comentario, la columna, el tratado, el aforismo y la filosofía aplicada. El era humanista hasta la médula; un noble sofisticado, pero con los pies en la tierra; un cosmopolita apegado a la naturaleza y a quien nada en el mundo le era ajeno, ya que conocía a fondo todas las clases sociales. Con tanto escepticismo como afecto, saboreó la vida al máximo, asimilando con entusiasmo todos y cada uno (¡!) de sus aspectos y matices, para luego decantarlos en su escritura. Han pasado casi 500 años desde que Montaigne publicó por primera vez sus ensayos en francés, en 1580. Sin embargo, se sienten tan frescos como si anoche hubiéramos sostenido con él una ingeniosa plática de sobremesa. Y es que sólo han pasado veinte generaciones desde entonces. Un mero parpadeo, en realidad.
Protagonista de mi blog
Michel de Montaigne fue un escéptico, un crítico y ante todo un hombre libre y tolerante que entendía la vida como un proceso de renovación perpetua. Decía que quería ser más sabio, no más culto o elocuente. No le interesaba acumular conocimientos, sino aprender sobre el mundo por razones prácticas: “Quiero formar mi mente, no amueblarla; ampliarla, no abarrotarla”. Debe ser por eso que gozaba, y goza, de gran popularidad entre tantos colegas; Goethe, Nietzsche y Stefan Zweig, entre ellos.
Los pasajes de Michel de Montaigne que citaré en el futuro provienen de la excelente traducción al alemán de Hans Stilett. Mis dos amables traductoras, Andrea Thode y Adrienne Samos, se encargarán de interpretarla al inglés y al español de la mejor forma posible.
“L’homme d’entendement n’a rien à perdre”. (El hombre de entendimiento no tiene nada que perder).

Maravilloso tema Hans, renovarse o morir dice un dicho no se atribuido a quien pero indudablemente conocía a Montaigne. Me tendrás esperando con ilusión cada cápsula de tu blog.
Gracias Teresa!