“En medio de la calle, allí, frente a mí, yacía el hombre aplastado por las orugas de un tanque de guerra (…) Poco a poco levantaron los extremos de la silueta como quien levanta los bordes de una alfombra (…) Parecía un vestido almidonado, una piel de hombre almidonada. La escena era atroz y, a la vez, ligera, delicada, remota (…) Una bandera de piel humana. La piel es nuestra patria.” (Curzio Malaparte, La pelle, Milano: Mondadori,1980, p. 329-330)
La piel que nos protege, nos envuelve y nos mantiene de una pieza es tan vulnerable como poderosa y capaz de regenerarse. Por un lado, nuestra piel es íntima en extremo y, por el otro, la exponemos en público con orgullo. Para Malaparte se convierte en el epítome de la existencia: “Es la civilización moderna, esta civilización sin Dios, la que obliga a los hombres a dar tanta importancia a su propia piel. Ahora sólo importa la piel. Lo único cierto, tangible e innegable es la piel. La única posesión. Solo eso es nuestro. Lo más mortal del mundo” (pp. 147-48).
La piel, de Curzio Malaparte[1] es un opúsculo elocuente, poderoso y difícil de olvidar. Cuando los aliados desembarcaron en Italia, en 1943, Malaparte fue nombrado oficial de enlace entre el Cuerpo de Liberación Nacional de Italia y el Cuartel General de Estados Unidos. La piel es un relato autobiográfico de las impresiones subjetivas de Malaparte sobre los dos últimos años de la guerra en Nápoles. Su descripción de la ciudad –abandonada, bombardeada y en ruinas– y de sus antiguas costumbres paganas y su depravación moral se convierte en una gran metáfora de la guerra y su poder destructor.
Curzio Malaparte había trabajado como corresponsal de guerra para el Corriere della Sera. No solo fue escritor, periodista y ensayista, sino también un famoso personaje social, un dandi y un diplomático. En resumen, una de las figuras culturales más coloridas de la primera mitad del siglo XX en Italia. Fue cambiando de postura política a lo largo de su vida y por ello se le acusó incluso de oportunismo salvaje. Sin embargo, ello también era un signo de su fuerte sentido de libertad y de independencia personal, por el cual pagó con la cárcel y el exilio político.

Malaparte tampoco escatima en ofrecer descripciones horrendas y apocalípticas, como cuando fue testigo del “viento negro” en Nápoles. El incidente lo remonta a una espantosa escena en Ucrania en 1941, cuando se encontró con judíos crucificados por los nazis:
“El viento negro corría de un lado a otro sobre la estepa como un caballo ciego. Revolvía los harapos que cubrían a esos pobres cuerpos mutilados y retorcidos, sacudía el follaje de los árboles y no pasaba el más mínimo murmullo por las ramas llenas de hojas. Cuervos negros se posaban en los hombros de los muertos, inmóviles, mirándome. El silencio era horrible. La luz estaba muerta, el olor de la hierba, el color de las hojas, de las piedras, de las nubes que flotaban en el cielo gris, todo estaba muerto, todo estaba sumido en un silencio inmenso, vacío y congelado (…) Y hui gritando y llorando por la estepa, mientras el viento negro, como un caballo ciego, corría de un lado a otro bajo un cielo sin nubes” (p. 184).
Implacable y despiadado, el existencialismo de Malaparte no obstante se alía a una poesía profunda y tierna, y a un íntimo sentido de empatía impregnado de belleza estética y opulenta sensualidad. Sus ocasionales relatos apocalípticos no deben definirse como sensacionalistas; su escritura se identifica más bien con un estilo periodístico de corte hiperrealista, e incluso surrealista, que llama a las atrocidades de la guerra por su nombre. No es fácil plasmar la atmósfera funesta de la guerra en palabras que perduren, que toquen y conmuevan sin ser vulgares o inapropiadas. Malaparte encontró esas palabras.

Con enorme ingenio e ironía describe una cena de gala organizada por el general estadounidense Cork en un antiguo palacio aristocrático de Nápoles:
“¡Spam[2] frito y maíz hervido! Los camareros, sosteniendo sus bandejas con ambas manos, torcián la cara como si estuvieran sirviendo la cabeza de la Gorgona. El rojo violáceo del Spam, que cuando se fríe adquiere un tono negruzco, como de carne podrida por el sol, y el amarillo anémico del maíz cubierto de vetas blancas y tan ablandado por la cocción que se parecía al grano que a veces hincha el buche de una gallina ahogada, se reflejaban débilmente en los altos y manchados espejos de Murano, alternando con los antiguos tapices sicilianos en las paredes del salón” (p. 218).
Curzio Malaparte, quien a lo largo de su vida oscilaba entre cierto misticismo y una inclemente voluntad de análisis existencial, poseía una afilada visión del mundo:
“La sociedad capitalista (…) es la expresión más lograda del cristianismo; sin el mal, Cristo no puede existir; la sociedad capitalista se basa en esta convicción: que, en la ausencia de seres que sufren, no se puede disfrutar plenamente de los propios bienes y de la felicidad, y que, sin la coartada del cristianismo, el capitalismo no podría regir” (p. 76).

“La muerte no me asusta: no la odio, no me repugna; no es, en el fondo, asunto mío” (p. 199).
[1] Malaparte es un seudónimo que juega con Buonaparte. Nacido en Prato, de padre alemán y madre italiana, su verdadero nombre era Curt Erich Suckert.
[2] Jamón enlatado: un alimento básico del Ejército estadounidense, sobre todo en la II Guerra Mundial.
Por cierto en vez del Jamón enlatado en la película de Cavani sirven un bebé relleno del jamón, resaltando la piel muerta del niño.
En la película – igual como en el libro – sirven “la sirena”, un pez que encontraron en el Acuario de Napoli, y que parece un ser humano…
Liliana Cavani dirigió “la pelle” película seguramente basada en esa novela, estrenada en 1981. Sus imágenes son las evocadas en este texto.
Es realmente un gran escritor. Es una lectura muy relevante para nuestros días, como dice Teresa, nuestra era es también visceral : el monstruoso e imbécil siglo xx se viene repitiendo en el actual como un calco en imágenes y sin razones. Cuantos sobreviviremos a la herida mortal de este monstruo, nuestro siglo, como clamó Maldestan en su poema, antes de morir de hambre y de frío en Varsovia en los mismos tiempos días en que fue escrita “la piel”. Gracias por compartir Hans, que bien escribes.
Gracias, Belén!
Querido Hans, conozco algunos escritos de Malaparte, lei hace mucho La pelle y ahora que mencionaste ese terrible párrafo me causo el mismo impacto que la primera vez que lo lei. Sacude el alma. Parece que nuestros tiempos nos colocan de nuevo ante la radicalización de las ideas, hacia el fanatismo y la estupidez. Parece que la humanidad no aprende con la experiencia, parece que la piel del humano contemporáneo ha desarrollado un potencial como el poliuretano que resbala y no permea.
Espero el siguiente capitulo sobre Malaparte.
Gracias, Teresa, voy a publicar un post sobre el libro “Kaputt” de Malaparte – pero tienes que esperar hasta el 2024!
Una personalidad poliédrica capaz de desafiar a la Iglesia, al poder, de proyectar la Villa Malaparte y de crear una obra cruel, realista, morbosa y fascinante como “ La pelle” . Gracias por recordarlo Hans…
Gracias, Nicolas!