Los escritos de Roland Barthes sobre el amor son increíblemente bellos, profundos y siempre van al grano. Con pasión por el detalle y una implacable precisión analítica, desvela todas nuestras alegrías y temores, así como la sofisticada maquinaria del autoengaño que vamos construyendo en el camino hacia el amor, faute de mieux.
Un amante que habla por experiencia propia
«Es, pues, un amante quien habla y dice:» – esta es la introducción de Roland Barthes a sus reflexiones sobre el amor publicadas en 1977. La propia experiencia alimentaba sus observaciones breves, ingeniosas y en ocasiones anecdóticas en torno a muchas docenas de palabras clave relacionadas con el amor. Por desgracia, son pocos los autores que son capaces de reportar sus propias vivencias cuando escriben sobre el amor. Roland Barthes es uno de ellos y eso hace que sus textos sean tan prolíficos y dignos de leer.
El estilo de Barthes es tan maravillosamente poético que es un verdadero placer seguirlo una y otra vez hasta los límites de lo que puede expresarse con las palabras. Nos lleva de la mano y nos conduce soberanamente a las esferas más sutiles –casi siempre implícitas– y secretas de la intimidad. Convierte en palabras la profunda sabiduría humana, y los más íntimos sentimientos y sensaciones (que tanto abundan en el amor), y nos presenta todo con extraordinaria franqueza. Ondula con elegancia entre la poesía y la realidad cotidiana.
«La necesidad de este libro radica en la siguiente consideración: hoy, el discurso del amante es de una soledad extrema. Este discurso lo pronuncian quizá miles de sujetos (¿cómo saberlo?), pero nadie lo respalda; los lenguajes circundantes lo han abandonado por completo; lo han ignorado, menospreciado o ridiculizado, y lo ha separado no solo de la autoridad sino también de sus mecanismos (las ciencias, los saberes, las artes). Cuando un discurso cae así por su propio impulso a la deriva de lo obsoleto, exiliado de toda sociedad, no le queda más remedio que convertirse en el lugar, por exiguo que sea, de una afirmación. Esta afirmación es, en suma, el tema del libro que comienza aquí». (Roland Barthes, Prólogo a Fragmentos un discurso amoroso)

Sobre «el Ausente» Roland Barthes escribe:
«El discurso histórico de la ausencia lo lleva la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre caza, viaja; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es inconstante (navega, conquista). Es la Mujer quien da forma a la ausencia, elabora su ficción porque tiene tiempo para hacerlo; ella teje y canta; las Hilanderas, los cantos de las tejedoras, expresan tanto la inmovilidad (por el zumbido de la rueda) como la ausencia (a lo lejos, los ritmos viajeros, el oleaje, las cabalgatas). De ahí que en todo hombre que pronuncia la ausencia del otro se declara lo femenino: este hombre que espera y que sufre por su espera milagrosamente se feminiza. Un hombre no se feminiza porque es invertido sino porque está enamorado. (Mito y utopía: el origen perteneció, el futuro pertenecerá a los sujetos en quienes existe lo femenino).
En ocasiones no me es difícil soportar la ausencia. Entonces soy «normal»: entro en la forma en que «todos» soportan la partida de una «persona amada»; obedezco con diligencia al entrenamiento por el que desde muy temprano me acostumbré a separarme de mi madre; lo que, sin embargo, seguía siendo, en su origen, una cuestión de sufrimiento (por no decir histeria). Me porto como un sujeto bien destetado; puedo alimentarme, mientras espero, de otras cosas que no vienen del pecho materno.
Soportar esta ausencia no es ni más ni menos que el olvido. Soy infiel de forma intermitente. Es la condición de mi supervivencia; si no olvidara, moriría. El amante que no olvida de vez en cuando muere por exceso, agotamiento y tensión de la memoria (como Werther)».

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