Filosofía, Reseñas de libros

Siddhartha, de Hermann Hesse

«Buscar significa tener una meta, pero encontrar significa ser libre, ser receptivo, no tener meta»[1].

«El conocimiento puede comunicarse, pero la sabiduría no. Podemos encontrarla, vivirla, fortalecernos con ella, hacer maravillas a través de ella, pero nadie puede comunicarla ni enseñarla. Lo sospeché desde joven (…) He tenido este pensamiento, Govinda (…) Lo opuesto de cada verdad es igualmente cierto[2].» 

Una piedra es un animal, es Dios, es todo

Siddhartha continúa: «Por ejemplo, una verdad sólo puede expresarse y arroparse en palabras si es unilateral. Todo lo que se piensa y expresa en palabras es unilateral: apenas la mitad de la verdad; todo carece de totalidad, de plenitud, de unidad (…) Pero el mundo en sí nunca es unilateral porque está dentro de nosotros y a nuestro derredor. Un hombre o una acción nunca es todo Samsara o todo Nirvana; un hombre nunca es todo un santo o todo un pecador. Pareciera que sí porque padecemos bajo la ilusión de que el tiempo existe. El tiempo no existe, Govinda. He tomado conciencia de ello una y otra vez. Y si el tiempo no es real, entonces la línea divisoria que parece haber entre este mundo y la eternidad, entre el sufrimiento y la felicidad, entre el bien y el mal, también es una ilusión».

Al final, alcanzada la meta vital de ambos, Siddhartha (cuya traducción literal es: «quien alcanzó su meta») le dice a Govinda: «Esto (…) es una piedra, y dentro de cierto tiempo tal vez será tierra y de la tierra se hará planta, animal o persona. Antes hubiera dicho: esta piedra es sólo piedra; no tiene valor, pertenece al mundo de Maya, pero quizás también importa, ya que en el ciclo de las transformaciones puede convertirse en ser humano y en espíritu. Pero ahora pienso: esta piedra es piedra; también es animal, Dios y Buda. La respeto y la amo, no por ser una cosa que se convertirá en otra, sino porque hace ya mucho que lo es todo, desde siempre»[3].

Por una vida con mayor sentido

Hermann Hesse (1877-1962) es el autor de esta novela de aprendizaje sobre la vida de Siddhartha, hijo de un brahmán. Uno de los libros más influyentes del siglo XX, lo han leído millones de personas en todo el mundo y se ha traducido a docenas de idiomas desde su publicación, en 1922. Hesse recibió el Premio Nobel por sus logros literarios justo después de la II Guerra Mundial, en 1946. Pero no fue hasta las décadas de 1960 y 1970 cuando Siddhartha adquirió fama mundial al convertirse en una biblia hippie. Sin embargo, al menos en los países de habla alemana, Hesse nunca llegó a desprenderse de la imagen, un tanto subestimada, de escritor de libros de culto para jóvenes embelesados.

Tras haber leído Siddhartha varias veces de adulto, puedo afirmar que se trata de un juicio sin fundamento alguno. No conozco otra publicación, y mucho menos una novela, que adopte las enseñanzas del budismo y del Tao Te Ching con tanta gracia y elegancia, y sin ser nunca superficial. Con palabras sencillas y bien escogidas, Hesse nos conduce por la vida de este joven ávido de conocimiento y sediento de mundo, haciéndonos partícipes de sus altibajos y absoluta plenitud. El autor pinta escenas sencillas, sin pretensiones; escenas honestas sobre el potencial que tenemos de convertirnos en seres más «significativos». Esta seguro fue una de las claves del éxito y la fama duradera de la novela.

Se aprende con la experiencia, no con lecciones

Pocas veces, por no decir nunca, otros escritores han expresado el sentido potencial de nuestras vidas con palabras tan bellas, convincentes, seguras y válidas, y con tanta inspiración. El sucinto relato de Hesse sobre la leyenda en torno al joven Siddhartha y cómo se va liberando de las convenciones sociales y familiares para llevar una vida independiente y autodeterminada, se basa en la comprensión de que nuestra conciencia humana no avanza tanto gracias a las enseñanzas, sino, sobre todo, a nuestra propia experiencia personal.

La historia sobre la vida del hijo de un brahmán, que se propone encontrar sentido e iluminación, se cuenta en doce cortos capítulos. Siddhartha primero se dirige a los Samaná, ascéticos mendigos errantes. «Siddhartha tenía un único objetivo: vaciarse; vaciarse de sed, de deseo, de los sueños, del placer y del dolor». Pronto, sin embargo, el joven Siddhartha ve todo eso como una huida de sí mismo; una huida temporal. Desmitifica la meditación, entendiéndola como una mera habilidad que hay que dominar. «(…) y empiezo a creer que el conocimiento no tiene peor enemigo que el hombre de conocimiento, que el aprendizaje». Ni siquiera las enseñanzas del Buda Gautama, a quien Siddhartha recurre en persona, consiguen ayudarlo. Siddhartha lo reconoce: «Creo, oh, Ilustre, que nadie encuentra la salvación con enseñanzas». Buda responde: «Sabes hablar con elocuencia, amigo mío. Ten cuidado con el exceso de ingenio»[4].

El mundo mundano

A continuación, Siddhartha explora el mundo mundano: «El sentido y la realidad no se ocultaban en alguna parte detrás de las cosas; estaban en ellas, en todas ellas». Se precipita en un ajetreo demasiado humano. Conoce a la bella cortesana Kamala, que lo introduce en los misterios del amor. «Tanto el pensamiento como los sentidos eran cosas bellas; detrás de ambos se escondía el sentido último; valía la pena escuchar a ambos, jugar con ambos, no despreciar ni sobrevalorar ninguno, sino escuchar ambas voces con atención». Al mismo tiempo, se pone al servicio de un empresario y pronto alcanza la prosperidad[5].

El Om de la perfección

Inmerso en la vida cotidiana, Siddhartha se hunde cada vez más en el Samsara –el doloroso y eterno ciclo del renacimiento, con todos sus miedos y penurias– hasta que se harta de toda esa banalidad y se escapa por segunda vez, dejando atrás esa vida y su supuesta seguridad. Da otro gran paso en su camino, reconociendo su propio afán y arrogancia, sus insensatas ansias de lujuria y poder, y se consagra por completo al ahora. La esencia de la vida se le revela en el gran río, al que escucha atento:

«Siddhartha vio que el río se aceleraba, conformado por él mismo y sus parientes y todas las personas que había conocido. Todas las olas y el agua se deslizaban deprisa, sufriendo, hacia sus metas, muchas metas; hacia la cascada, hacia el mar, hacia la corriente, hacia el océano… Y en cada meta se encontraban con otra más, y a cada una le sucedía otra. El agua se convertía en vapor y subía; se convertía en lluvia y volvía a bajar; se convertía en manantial, arroyo y río; cambiaba de nuevo, fluía de nuevo»[6] 

«Y todas las voces, todas las metas, todos los anhelos, todas las penas, todos los placeres, todo el bien y el mal; todo junto era el mundo. Todos ellos juntos eran la corriente de los acontecimientos, la música de la vida. Cuando Siddhartha (…) los escuchó a todos, el todo, la unidad; fue entonces cuando el gran canto de mil voces se resumió en una sola palabra: Om. La perfección»[7]


[1] Todas las citas fueron traducidas a partir de la traducción en inglés de Hilda Rosner: Siddhartha (Nueva York: New Directions, 1957), 113.

[2] Ibid., 115. Palabras de Siddhartha a su viejo compañero Govinda en el último capítulo del libro.

[3] Ibid., 117. 

[4] Ibid., 11, 15, 27, 28. 

[5] Ibid., 32, 39.

[6] Ibid., 110. 

[7] Ibid., 110-111.

  1. Eres un peligro querido Hans, quien va a querer leer Siddhartha (que no lo haya leído) después de este resumen tan elocuente?
    Sentí mucho tu ausencia ante tu aparición. Quizá sea la última vez y no tuve tiempo de abrazarte.

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